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Testimonio del Cardenal Van Thuan
sobre Marcelo Van
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Hay un proverbio vietnamita que dice: “El Cielo te envía lo que quieres evitar”. Reconozco que admiro a los expertos que trabajan para examinar las Causas de los santos: es un trabajo que exige ser concienzudo, incluso minucioso, científico. Analizar los escritos, buscar a los testigos, verificar, discernir… Los admiro, pero temo ese trabajo. ¡Y de repente se me pide ser postulador de la Causa de Marcelo Van!
Yo era escéptico. No quise aceptar la propuesta porque estaba muy ocupado. Además es delicado, dadas las circunstancias que estamos viviendo. Hay que buscar la verdad, evitar las divisiones, esforzarse por construir la comunión. Rezar, trabajar, esperar, únicamente por la gloria de Dios y el servicio de las almas.
Empecé a leer los documentos, a buscar a las personas que trabajan en esta Causa con ardor. Poco a poco, fui entrando más profundamente en la vida de Marcelo Van.
Me encantan los designios insondables del Señor, que permitió que fuera hecho prisionero al norte de Vietnam, a 1700 kilómetros de mi diócesis, desde diciembre de 1976 hasta noviembre de 1988, y que pasara tres años exiliado. Pude visitar los lugares donde Marcelo Van nació y pasó su vida religiosa. Encontré las personas que lo han conocido; he escuchado a la gente humilde relatar la miseria, la guerra, las pruebas que sufrieron. Todo eso me ayudó a comprender mejor los escritos de Marcelo Van y el contexto en el que se desarrolló toda la vida de ese hermanito redentorista.
Me di cuenta, en un primer momento, de que Marcelo Van tiene la misma edad que yo: nació el 15 de marzo y yo el 17 de abril, en 1928. Como yo, tenía poca salud, y sobre todo pasó años en la cárcel. Todos estos rasgos y muchos otros nos acercan a los dos y nos facilitan un mejor conocimiento mutuo de nuestros sufrimientos, penas y esperanzas.
Paso a paso, me remonto a la fuente. En 1925, en la época de monseñor Eugenio José Allys, vicario apostólico de Huê, antigua ciudad imperial, llegó el Padre Eugenio Larouche, fundador de los Redentoristas en Vietnam. Él y sus hermanos vivieron en una de las casas del señor Sac, cuñado de mi abuelo, a cinco minutos de mi casa natal. Esto explica por qué siempre conservé una gran simpatía y un afecto fiel a los padres Redentoristas. Cuando Marcelo Van habla del Padre Dionne, del Padre Paquette, del Padre Louis Roy, del Padre José Bich, me parece revivir una historia tan cercana como ayer.
Hay luces en el firmamento, pero quedan aún nubes amenazadoras que anuncian la tempestad, la tormenta, el trueno…
Una Causa de beatificación exige un trabajo científico, minucioso, inspirado solamente por la fe. Hay que emprenderla con mucha sinceridad e imparcialidad.
En primer lugar, me pregunté por qué el proceso de beatificación comenzó en Canadá, prosiguió después en Ars[1], en lugar de en Vietnam, en su diócesis de origen, Bac Ninh, en el norte de este país.
Hay que remontarse de nuevo a la fuente: en 1954, después de la división de Vietnam en dos partes, a partir del paralelo 17, la familia de Marcelo Van dejó el norte para ir a vivir al sur de Vietnam, en la diócesis de Xuan Loc. Hace 25 años, monseñor Domingo Nguyen Van Lang, uno de mis viejos amigos que conocí en la Universidad de Roma en 1956, fue nombrado obispo de esta diócesis. Este Lang, cuando era seminarista, conoció al pequeño Van y lo llevó al tren para ir a hacer su prueba con el párroco de Quang Uyên. Siendo obispo, monseñor Lang se interesó por la Causa de aquel que provenía de su misma diócesis, y cuya familia había vivido en su diócesis actual. Dadas las dificultades entre los años 1975 a 1988, monseñor Lang pidió el traspaso de la Causa a Quebec, lo que monseñor Charles Valois aceptó, al considerar que un cierto número de miembros de la familia de Marcelo Van vivían exiliados en su diócesis de San Jerónimo, como su hermanita Tê, con las hermanas Redentoristas de Santa Teresa. Otra razón muy válida para este traspaso es que los antiguos superiores Redentoristas de Marcelo Van, tanto vietnamitas como canadienses, antiguos misioneros en Vietnam, y particularmente el Padre Boucher (su director espiritual), se hallaban en Canadá, lo que facilitaba enormemente la recogida de la información requerida.
El Padre Boucher se fue a la casa del Padre celestial tras haber cumplido su misión. En principio, las informaciones necesarias se recogieron en Canadá. Entonces, la asociación Los Amigos de Van juzgó más oportuno transferir el trabajo a Europa, con el consejo y el acuerdo de monseñor Valois. Monseñor Guy Bagnard (obispo de la diócesis de Ars) aceptó este nuevo traslado. Cada vez, los trámites fueron sometidos a Roma, aprobados por las autoridades de la Congregación por la Causa de los Santos.
El traslado de la Causa de Marcelo Van a Europa era necesario, porque convenía no estar demasiado alejada de Roma, donde se desarrollaba el proceso canónico y donde se halla también la Casa Madre de los Redentoristas. La Causa pasó entonces a Ars, ya que monseñor Bagnard tuvo la amabilidad y la valentía de acceder a la petición de la asociación Los Amigos de Van. Marcelo Van es un gran amigo de Francia, tiene una devoción muy especial a Santa Teresita del Niño Jesús, y su espiritualidad constituye un excelente mensaje para los seminaristas de Ars.
Los documentos, he aquí un problema: Al principio, compartí la opinión de numerosas personas: yo era escéptico. ¿Qué puede escribir un muchacho débil, pobre, sin estudios secundarios? Más aún, ¿qué pensar de su espiritualidad, de su intimidad con Jesús, con María y con Teresa de Lisieux? ¿Podíamos confiar en estos documentos? Encontré diferentes personas, sacerdotes, fieles, jóvenes, vietnamitas, canadienses y franceses, maravillados con los escritos de Marcelo Van. Personalmente, me he tomado la molestia de leerlos, y mis ideas preconcebidas desaparecieron poco a poco. No es de despreciar el hecho de que el Padre Boucher le pidiera escribir su experiencia; eso prueba que actuó tras un largo discernimiento. Si alguien se pone a leer las 326 cartas que Marcelo dejó después de su muerte, dirigidas a numerosos destinatarios, le podría ocurrir lo que me dijo una vez un general francés jubilado: “Encontré estos documentos en el ordenador, y tuve que interrumpir muchas veces mi trabajo para rezar”. Hay otro testimonio más vivo: en una ocasión vi un video, era una entrevista que el Padre Boucher, jubilado en Canadá, había ofrecido a unos amigos vietnamitas que habían viajado para verlo. El Padre Boucher les relató la historia de Marcelo Van: a veces estallaba de risa hablando de su simplicidad, a veces derramaba lágrimas de ternura hablando de las pruebas físicas y morales del pequeño Van. ¡Es fascinante! Y diez días más tarde, el Padre Boucher falleció repentinamente de un ataque cardíaco.
Y no es todo. Tenéis entre manos las 326 cartas de Marcelo Van. Pero de su vida en Vietnam, de su encarcelamiento, ¿ha dejado alguna huella? ¿Quién lo conoció? Ciertamente no es fácil saberlo, dadas las vicisitudes tan especiales por las que tuvo que pasar. Pero gracias a Dios, todos estos testigos prestaron juramento con la mano sobre el Evangelio contando las diversas peripecias de su vida. Por ejemplo, describieron como se había escapado de la cárcel disfrazado de mujer, con el único objetivo de poder traer a la cárcel la Santa Eucaristía. Lo detuvieron y lo llevaron de nuevo a la cárcel, donde lo castigaron severamente, como estaba previsto en tales circunstancias. Estos testigos también hablaron de su muerte, ocurrida el 10 de julio de 1959, a los 31 años de edad, en el campo de reeducación Nº 2, en Yen Binh, a donde había sido trasladado en el mes de agosto de 1957. Aportaron detalles. Era medio día, todos los prisioneros estaban en el comedor, los amigos del Hermano Marcelo se habían dado cuenta de que estaba en sus últimos momentos. Se precipitaron al comedor para ir a buscar al Padre José Vinh, Vicario general de Hanoi, quien acudió para asistirlo. Marcelo regresó con su Señor. Falleció de agotamiento y enfermedad tras cuatro años, dos meses y tres días de cárcel. Han pasado cuarenta años. Pero muchos testigos están aún vivos para contarnos la verdad.
Hemos visto como el Señor condujo a Marcelo Van y permitió que fueran minuciosamente recogidos detalles sobre su vida, en condiciones casi imposibles. Prefiero dejarles descubrir personalmente, a través de las páginas que van a leer, el misterio de la gracia, del amor de Dios actuando en un alma muy humilde, muy pequeña, para hacer de él su instrumento en la transmisión de su mensaje, el mensaje del Evangelio y de la Esperanza.
Los escritos de Marcelo Van son importantes por distintas razones: porque llaman la atención sobre la situación y necesidades de nuestro mundo actual, a través de la experiencia de un muchacho del Vietnam del Norte, que da testimonio de su esperanza siguiendo a Teresita del Niño Jesús. Toda su vida supo transformar el sufrimiento en alegría, tanto durante su infancia difícil, como durante su vida de religioso Redentorista, ofrecida hasta la muerte.
Nuestra Iglesia de Vietnam cuenta actualmente con seis millones de católicos sobre los setenta y cinco millones de habitantes; o sea, el ocho por ciento de la población. En relación con la proporción de católicos en Asia, nos encontramos en el segundo lugar, después de Filipinas. En cuanto a la perseverancia en las tribulaciones, nuestra Iglesia ya ha sufrido más de tres siglos de persecuciones. En 1988, el Santo Padre Juan Pablo II canonizó, en un solo día y por primera vez, a un grupo de ciento diecisiete mártires de Vietnam, entre ellos, algunos obispos y misioneros franceses y españoles. La Iglesia de Vietnam y la Iglesia de Francia son dos Iglesias gemelas. Hemos recibido la fe de misioneros provenientes de varios países, especialmente, desde el siglo XVII, de sacerdotes de las Misiones Extranjeras de París. Tras estos, vinieron otros religiosos, entre ellos los Redentoristas canadienses de la Provincia de Santa Ana de Beaupré. Con ellos Van descubrió y maduró su vocación. Las Iglesias de Francia y de Vietnam son ambas “Hijas primogénitas” de la Iglesia. Aún se recuerda el “grito” de Juan Pablo II durante su visita a Francia en 1980: “Francia, hija primogénita de la Iglesia y educadora de los pueblos, ¿qué has hecho de tu bautismo?”, En cuanto a la Iglesia de Vietnam, el Papa Pío XI, en 1933, cuando consagró al primer obispo vietnamita, monseñor Nguyen Ba Tong, le dijo: “usted regresa a su país, el Vietnam, en el Extremo Oriente. Siga el apostolado misionero, pues el Vietnam tiene una gran vocación y una gran misión: es la hija primogénita de la Iglesia en el Extremo Oriente”. Ambas Iglesias no están unidas por vínculos políticos, diplomáticos, culturales o económicos, sino por vínculos que superan todo: los de la fe compartida entre nuestros dos países. Estos vínculos están sellados con la sangre de nuestros mártires, sacerdotes, religiosos y laicos. Marcelo Van siempre rezó y esperó que estos vínculos de fe progresaran y se desarrollaran cada vez más, para que se cumpliese la misión que Teresa del Niño Jesús había recibido al ser designada para ir al Carmelo de Hanoi. Su débil salud se lo impidió, pero su corazón está en Vietnam. Marcelo Van, su “hermanito”, recibió como misión seguir con ella la evangelización de Vietnam, para llevar el Evangelio, no únicamente a los cristianos, para hacerlos más perfectos y santificarlos, sino a todos, en especial a los no católicos, e incluso a los comunistas.
La Causa de Marcelo Van es importante porque nos ofrece una visión del futuro, no solamente para los próximos años, sino también para todo el tercer milenio. Este futuro atañe no solamente a Vietnam, sino a toda la cuenca del Pacífico.
Al presentar el primer volumen de la obra completa de los escritos de Marcelo Van, quiero responder al deseo del Santo Padre en Tertio Millenio Adviente de recoger la memoria de los testigos de la fe durante el siglo XX. En cuanto a su beatificación, confío respetuosamente en las decisiones de la Iglesia.
La publicación de los escritos de Van nos recuerda que en nuestra época seguimos vivimos la Pasión y Resurrección de Cristo. Vemos en el exterior y el interior mismo de la Iglesia, multitud de desafíos, tentaciones, pruebas, crisis, persecuciones, vicios, descristianización, indiferencia. Felizmente, Dios nunca abandona a la Iglesia, porque en cada época la sigue guiando a través del Magisterio, ciertamente, también a través de las grandes instituciones, y en muchas ocasiones gracias también a los testimonios de los humildes. Recordemos a Santa Juana de Arco, a San Juan María Vianney, a Santa Bernardita de Lourdes, a Teresa del Niño Jesús. El Concilio Vaticano II nos ha dicho que ellos construyen los signos de los tiempos. Los santos son signos. El signo debe ser diferente, sino ya deja de ser un signo. El signo exige coraje y perseverancia para estar siempre presente donde se le necesita. Dios nos ha enviado un pequeño religioso vietnamita, llegado del extremo del mundo, para llevar su mensaje al mundo entero: un camino sencillo, humilde, evangélico, un camino de servicio a la Iglesia, en la comunidad. Y los santos marcan su tiempo. Teresa marca su tiempo. Van, marca su tiempo.
La espiritualidad de Van nos fascina. Por mi parte, he grabado una frase en mi memoria para siempre: “He aquí, ahora, la última palabra que dejo a las almas: les dejo mi amor. Con este amor, por pequeño que sea, espero saciar a aquellas almas que quieren hacerse pequeñísimas para venir a Jesús. Eso es lo que quisiera describir, pero con mi poco talento me faltan las palabras para hacerlo”.
Dios ha querido elegir a este pequeño servidor, como eligió a David, a Juana de Arco, a Teresa, para confundir a los prudentes y los fuertes y para manifestar al mundo su misericordia. Marcelo Van es uno de estos centenares de rostros jóvenes que rebosan una alegría y un amor que nace del corazón, allí donde vive Dios, para devolver la esperanza al mundo de hoy.
Él lo eligió en su simplicidad, en su humildad, quiero decir, en su humillación. Tanto la pasión de su padre por el juego y el alcohol, como las inundaciones, redujeron a toda la familia a la pobreza. Con diez años Marcelo Van llega a convertirse en un “esclavo” en la casa parroquial de Huu-Bàng (1938). En julio del 1944, después de que los redentoristas rechazaran su admisión, considerándolo «demasiado débil y pequeño», es admitido como ayudante del jardinero, gracias a una carta de su buena madre dirigida al Padre Létourneau. Pero, todavía no se encuentra en la comunidad.
Marcelo es un genuino hijo de Vietnam. Escribe al Padre Dreyer Dufer: «El Vietnam, mi querido país, ha conocido los horrores de una guerra que se prolonga desde hace más de dos años, y no se prevé el fin…». Según la buena cultura vietnamita, y conforme al culto a los ancestros, la piedad filial es muy importante. Sufre con los defectos de su padre, pero sigue amándolo, respetándolo y hasta lo convierte: «Mamá, me sentí invadido por tu propia tristeza y la de la familia, al constatar que papá se volvía cada día más inútil, y que únicamente hacía más pesada la carga de cada uno… Voy a escribir a papá una carta personal… Voy a invitarlo a un retiro…». Esta carta la escribió: «Veo que la situación se está degradando día tras día. Papá, ¿te das cuenta de ello?: ¿de tu papel de marido, de jefe de familia, o de lo que debes hacer por mamá?». De hecho, sus suplicas conmovieron a su padre… Marcelo escribió después al Hermano Andrés: «gracias a su conversión, mi familia pudo volver a estar unida como antes».
Marcelo Van reza por el Vietnam, así como por Francia: «Da a Francia una paz genuina […]. No sé si me será dado a ver el Vietnam en paz durante mi tiempo en la Tierra o solamente después de mi muerte. Y en este último caso, será mejor, ya que tengo el inmenso anhelo de ser víctima del amor de Dios, para suplicarle que otorgue la paz a mi querido país, el Vietnam».
Marcelo Van era un genuino hijo de Vietnam, un niño piadoso de su familia, un sincero amigo de Francia, pero el punto culminante de su vida es su mensaje del amor. «Mi única ocupación es amar… Cualquiera que sea mi vida, no hago otra cosa sino amar…».
Monseñor Francisco Javier Nguyen Van Thuan,
Antiguo Arzobispo coadjutor de Saigón,
Presidente de la Comisión Justicia y Paz,
Primer postulador de la Causa de beatificación de Marcelo Van.
(De su prólogo a la Autobiografía de Marcelo Van).
[1] Ars, la aldea francesa de la que fue párroco San Juan María Vianney.
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