Alma sacerdotal

De sus deseos de ser sacerdote
a apóstol escondido del Amor Misericordioso

Uno de los episodios más curiosos de la vida de Macelo Van es probablemente el momento en el que Santa Teresita le anuncia que Dios no quiere que sea sacerdote. La escena tiene lugar en noviembre de 1942, en Quang Uyen, casi en la frontera china, algunas semanas después de su primer encuentro con Santa Teresita. Van cuenta con muchos detalles el episodio en su Autobiografía. Al leerlo el lector solo puede compartir su pena y su perplejidad.

En efecto, desde los siete a los catorce años, Van había sufrido mucho para preservar su vocación sacerdotal. Interno desde muy joven en la casa parroquial de Huu Bang, soporta duras pruebas morales y físicas, a pesar de las cuales no renunció nunca a su proyecto de llegar a ser sacerdote. Permaneció fiel a esta vocación en todas las circunstancias, y a menudo, hasta el heroísmo.

En la Casa Parroquial de Huu Bang

Tal fidelidad no parecía bien recompensada cuando Teresa le anuncia muy bruscamente:

«Van querido hermanito mío, Dios me ha hecho saber que no serás sacerdote…» (Aut. 649).

Su alma de niño quedó dolorosamente afectada. Había podido soportar todas las oposiciones a su vocación de los que le rodeaban, de su familia, y por qué no, de los sacerdotes. ¿Pero de Jesús? ¿Cómo era eso posible?  Toda su persona se revela ante tal perspectiva, y su reacción es inmediata:

 «¿Pero por qué? ¿Cómo puede ser que no sea sacerdote…? ¡Oh, no, no! ¡Nunca renunciaré a vivir sin ser sacerdote! Quiero ser sacerdote para ofrecer la Misa, para ir y predicar la religión, para salvar a las almas, y procurar la gloria de Dios… Sí, eso es algo decidido, debo ser sacerdote.»

Van a la edad de su encuentro con Teresita

Adivinamos detrás de esta voluntad divina un  destino más grande que el que se imaginaba el pequeño Van. Dios sustituye su deseo de ser sacerdote por la misión de ser «Apóstol de su Amor», y más particularmente de ser el «Apóstol escondido del Amor». Su hermana mayor Teresita intenta explicárselo:

«… Si Dios quiere que no seas sacerdote es para introducirte en una vida escondida, en la que serás apóstol por el sacrificio y la oración, como lo he sido antes yo.  En realidad, la voluntad de Dios no tiene nada de cruel. Dios te conoce mejor que tú mismo. […] Hermanito, alégrate y se feliz de haber sido puesto entre los “Apóstoles del Amor de Dios”, que tienen el privilegio de quedar escondidos en el Corazón de Dios para ser la fuerza vital de los Apóstoles misioneros. ¡Oh Hermanito! ¿Qué felicidad puede ser mayor que ésta?» (Aut. 651).

La vocación de Van:
¿una llamada al sacerdocio?

Van es todavía demasiado niño y sencillo para entender este proyecto de amor que viene del «Corazón de Dios». Desea ser sacerdote porque siente desde su niñez una llamada a darse a Jesús. Cuenta al principio de su Autobiografía la génesis de su vocación, entorno a sus siete años, justo después de su primera comunión:

«Cada vez que recibía a Jesús sentía en mí resonar con más fuerza ese deseo (de consagrarme a Dios). Sin dudarlo reconocí que era una llamada de Jesús a mi alma. Por eso sin el menor pensamiento de resistencia contesté en el acto a su voz, y tomé la decisión de buscar un medio para conformarme perfectamente a su voluntad.» (Aut. 102).

Ese «medio» cree haberlo encontrado en la persona del sacerdote Nha, párroco de Huu Bang. Veía ese lugar como el sitio en el que podría «realizar su deseo de ser sacerdote» (Aut. 122).

 «Si me permitiera mi madre quedarme inmediatamente ahí, ¡qué contento estaría! En efecto, tenía ganas de consagrarme a Dios sin demora, ya que si esperaba a ser mayor temía no llegar a serlo nunca» (Aut. 118).

Vemos en este joven una poderosa llamada a «consagrarse a Dios», y para él la única manera de contestar a esa llamada era siendo sacerdote, era «entrar en religión», como le dice a menudo a su madre.

Para Van el sacerdocio representaba un estado de vida conocido, que hacía visible a los ojos de todo el mundo una consagración radical al Señor. «Consagrarse a Dios» se confundía en su espíritu con el ministerio presbiteral, es decir:

«Ofrecer la Misa, ir a predicar la religión, y procurar la gloria de Dios» (Aut. 649).

Sin embargo, la vocación de Van no es el sacerdocio. El hecho de que el crea discernir en su corazón esa llamada, no significa que eso corresponda a lo que Dios espera de él. Teresita le recordará que ella misma también había «deseado ser sacerdote para ir a predicar el Evangelio. Pero Dios no lo quiso» (Aut. 649).  Teresita le muestra continuamente lo que es realmente una vocación: la respuesta libre a la voluntad libre de Dios.

«Si Dios quiere que tu apostolado se realice en otro estado de vida, ¿qué te parece?» (Aut. 649).

Teresa precisa bien que no es una cuestión de dignidad o de capacidad:

«No te he dicho que no podrías llegar a ser sacerdote -le explica-. ¿Quién se atrevería a sentirse digno de la vocación sacerdotal?» (Aut 649).

Es sólo cuestión de vocación

«El estado sacerdotal es un estado sublime, pero es imposible abrazarlo fuera de la voluntad de Dios. Antes de todo, por encima de todo, el estado que prima por encima de todos los demás es conformarse enteramente a la voluntad de nuestro Padre Celestial» (Aut. 650).

Y la voluntad de Dios es que sea un «Apóstol del amor de Dios».

Aunque no seas sacerdote tienes un alma sacerdotal

Cuando Van pregunta con pena a Teresita: «¿Por qué no me escogió Dios para ser sacerdote?», ella le responde con una curiosa contestación:

«Vamos hermanito, a pesar de que no seas sacerdote, tienes un alma sacerdotal, vives la vida de un sacerdote, y tus deseos de apostolado, que te proponías realizar en el estado sacerdotal los realizarás como si fueras sacerdote» (Aut. 650).

¿Qué significa esta expresión que afirma que sin recibir el sacramento del Orden tiene «un alma sacerdotal» y que realizará sus deseos de apostolado como si fuera sacerdote?

Se ha de mirar al final de su existencia temporal para descubrir que Van, en efecto, llevaba profundamente en él este «alma sacerdotal». En una de las últimas cartas que tenemos de él, escrita en julio de 1956 desde el campo de concentración y reeducación donde estaba preso, dice:

«Respecto a mí, desde el día en que llegué a este campo de Mo-Chên, estoy muy ocupado, tanto como lo puede estar un pequeño cura de parroquia. Fuera de las horas de trabajo obligatorio, debo acoger todo el tiempo a personas que vienen a mí, unas detrás de otras, buscando consuelo, como a alguien que no conoce el cansancio» (Cor. Carta al Padre Paquette, del 20 de julio de1956).

Sin ser sacerdote, Van termina su vida en una parroquia inesperada en la que Jesús le permitió, efectivamente, realizar los deseos de apostolado de su juventud, salvando almas, conduciéndolas a Cristo:

     «… Dios mismo me ha hecho saber que lo que hago aquí es su voluntad. Le he pedido muchas veces morir en este campo, pero cada una de las veces que se lo he pedido me ha contestado: -…estoy dispuesto a hacer tu voluntad, pero hay almas que tienen todavía necesidad de ti, y me sería imposible llegar hasta ellas. Entonces, ¿qué te parece?, hijo mío. – Señor, te corresponde a ti, responder por mí» (Cor, Carta al Padre Paquete, del 20 de julio de 1956).

Es verdad que en ese campo de Mo Chên Van vive algo del apóstol, pero  eso no es lo esencial. Intentar entenderle solamente a partir de su trabajo apostólico en el campo de reeducación nos haría dejar de lado la profundidad de su vida espiritual, y podría engañarnos sobre la verdadera naturaleza de su misión. Lo más importe queda escondido. Ya en el convento de los Redentoristas nada podía dejar entrever a sus hermanos religiosos esta «alma sacerdotal», conocida únicamente por su director espiritual, el Padre Antonio Boucher. Su misión sobrepasa ampliamente el estrecho círculo de lo exteriormente visible. El mismo corazón de su misión es expresado en pocas palabras por Teresita, cuando le dice:

«Y si Dios quiere que no seas sacerdote es para introducirte en una vida escondida en la que serás apóstol por el sacrificio y la oración, como lo he sido antes yo» (Aut. 631).

Apóstol por el sacrifico y la oración

«Apóstol por el sacrifico y la oración», ese es el resumen de su «apostolado en el mundo» (Aut. 651). Es a través del sacrificio y de la oración, siguiendo a Santa Teresita del Niño Jesús, como Van es llamado durante su vida aquí en la tierra a ser Apóstol del amor de Dios. Toda la historia de Van y su espiritualidad estarán marcadas por esta misión, que recibe del mismo Dios.

El primero, y quizás el mayor de los sacrificios al que está llamado, es precisamente la renuncia a aquello que cree ser su vocación: su deseo de ser sacerdote. Debe renunciar de inmediato a todo lo que ha dado sentido a su existencia desde que tenía siete años, y por lo cual ha soportado tantas pruebas y humillaciones. Debe abandonar el eje central alrededor del cual su existencia se organizó en un gran acto de fe y de abandono:

«Mi única razón de ser era Dios, y únicamente hacia él quería hacer converger todo. Para llegar a esa meta tan ardientemente deseada, no tenía más que un deseo: ser un sacerdote enteramente dedicado al Amor de Dios. ¡Ay! A pesar de ese sueño, tan sincero y precioso, Dios lleva mis pasos por otro camino…» (Aut. 648).

Van no entiende el sentido de este sacrificio. Está llamado a un acto de obediencia radical. Toda la fecundidad espiritual de Van depende de este abandono en la voluntad divina., Si llega a ser «Apóstol del amor de Dios» es precisamente porque realiza la voluntad de Dios antes que la suya.

El paso de su propia voluntad a la de Dios

Toda su existencia se confundirá con la misión que recibe de Jesús por boca de su hermana Teresita. Día tras día Van aprenderá a «no ser más que uno con la voluntad de Dios» (Aut. 593).

Santa Teresita será su primera «maestra de novicios» en la vida espiritual, mucho antes de que entre en la Congregación de los redentoristas. Ella le enseña a estar totalmente orientado a Dios, a ser puro abandono y pura obediencia:

«Ofrece a Dios todo tu pequeño corazón».

A partir de este momento la Autobiografía de Van está jalonada por las recomendaciones de Teresa, que le enseña el camino de la infancia espiritual que tanto regocija al Corazón del Padre.

«¿Existe acaso para un Padre un gozo comparable al de ver a su niño pequeño seguirle por todas partes, ofrecerle todo lo que puede recoger, y por fin darle toda libertad para que lo lleve en sus brazos, y le acaricie cuándo y cómo quiera?» (Aut. 592).

Tras años después,el pequeño Van es suficientemente dócil para oír la voz de Jesús en el noviciado y poner por escrito con minuciosidad, y sin hacer muchas preguntas ese tesoro espiritual que llamamos Coloquios.  A partir de entonces Van se transforma en una simple pluma entre las manos de Jesús.: «Pequeño apóstol de mi Amor, se para mí un lápiz que pueda usar a mi antojo» (Col. 20).

Van, un lápiz en manos de Jesús

Este total abandono en la voluntad de Dios, a imagen de la obediencia perfecta del Hijo al Padre, tiene una finalidad que sobrepasa ampliamente la estricta relación entre Van y Jesús. Este dialogo de amor produce frutos cuyo objeto no es otra cosa que la salvación de las almas. La misión de Van no es ser solamente una pluma en la mano de Jesús, sino la de ser un actor en la salvación de la humanidad por su oración y sus sacrificios, por pequeños y humildes que sean.

Esta obediencia a la voluntad divina es, lo sabemos, la marca del que lleva el título de apóstol.

Apóstol del amor por la oración y el sacrificio

Para profundizar:

Un alma sacerdotal, Jean Christophe Thibaut, Amis de Van Éditions.