Cambiar el sufrimiento en felicidad

Misterio del sufrimiento

Dios no quiere el sufrimiento, y sin embargo nadie se libra de él. El sufrimiento es, aquí abajo, como un misterioso camino de purificación y de liberación, que se puede aceptar o rechazar y que, cuanto más se rechaza, más se apodera furtivamente del corazón del hombre para destrozarlo.

El sufrimiento es, a menudo, otro aspecto del amor. En la encíclica “Sacrifici doloris” el Papa San Juan Pablo II escribía: «Cristo nos hace entrar en el misterio y nos hace descubrir el “por qué” del sufrimiento, en la medida que somos capaces de comprender la sublimidad del amor divino» (nº 13).

Van no entiende por qué sufre

Van entró en este misterio desde el principio de su vida. No entiende su sentido, y huye del sufrimiento. A finales de 1940, que es probablemente el peor momento de su vida, no tiene más de doce años, está abandonado por todos, también por su madre y su querida hermanita Tè. Viene entonces a considerarse «como un ser digno de abominación» (Aut. 433). Solo el P. Nghîa, párroco de su aldea, le ayudó en una confesión a recobrar la paz. Le dijo: «Acepta de buen grado todas estas pruebas y ofréceselas a Dios. Puedes tener la seguridad de que si Dios te ha enviado la cruz es signo de que te ha escogido» (Aut. 434).

Gracia de la noche de Navidad:
don de la alegría y de la fortaleza

Después de la comunión de la misa de Navidad, recibe su regalo, el más maravilloso entre todos los regalos:

«Una alegría inmensa se había apoderado de mi alma; estoy fuera de mí, como si hubiera encontrado un tesoro, el mayor tesoro jamás encontrado en mi vida… ¡Qué maravilla! ¡Y qué dulzura siento en este momento! ¿Pero por qué me parecen mis sufrimientos tan hermosos? Me es imposible describir esta belleza comparándola con las bellezas de la Tierra. Todo lo que puedo decir es que Dios me había dado un tesoro, el regalo más preciado del Amor. En un instante mi alma ha sido enteramente transformada. No tenía ya miedo al sufrimiento; al contrario, me alegraba y regocijaba por encontrar medios de sufrir. Mi bandera ondeaba sobre la colina del Amor. Dios me confió una misión: la de cambiar el sufrimiento en felicidad. No suprimo el sufrimiento, pero lo cambio en felicidad. Tomando la fuerza de mi vida del Amor, ya no será más que fuente de felicidad. Ante todo, he podido vencerme a mí mismo» (Aut. 438-439).

Maravillosa gracia de fortaleza, que llena el corazón del niño y hace de él un hombre, ya que lo libera de sí mismo y lo capacita para responder al misterio de su propia vida, orientándolo hacia su plenitud. Con San Pablo puede ya decir:

«Encuentro mi gozo en los sufrimientos que padezco por ti» (Col. 1, 24).

Amar el sufrimiento por amor a Jesús

A Van no le gusta el sufrimiento. Es a Jesús a quien ama por encima de todo. Un día le pregunta a Jesús:

 «Pequeño Jesús, no paras de decirme que debo sufrir. Esto no me gusta nada. ¿Porque no te puedo dar gusto sin sufrir?»

Y Jesús le contesta:

«No hay mejor manera de darme gusto que sufriendo. Aunque no te guste el sufrimiento, debes amarlo de todos modos» (Col. 520).

Este gran misterio es, claro está, el de la unión con Jesús en la Cruz, herencia de los niños, y paradójica manifestación del Amor de Dios. El sufrimiento es entonces, como lo entendió Van, fuente de vida para nosotros que«habíamos muerto por nuestras culpas» (Ef 2, 5). 

En esta noche de Navidad la vida de Van da un giro decisivo. Cuando escribe su Autobiografía, coloca en ese momento la tercera y última parte de su vida, «colmada de alegría en el amor». Y durante el periodo de los Coloquios, es decir, más o menos un año y medio, durante su noviciado, vemos que Jesús le hace entrar más y más en ese misterio del sufrimiento redentor. Estos sufrimientos de Van, ignorados para sus compañeros, son«una leche espiritual» (Col. 190) para las almas, son «un arma defensiva» (Col. 59) para Jesús, le sirven como medicina (Col. 466), son la expresión del amor de Van hacia Jesús y de Jesús para Van.

A través de estas imágenes tan claras, a través del ejemplo de Van, se manifiesta la realidad del combate espiritual, combate que tiene lugar en comunidad, con la humanidad agrupada alrededor de su Jefe victorioso: Jesús.

Ya no soy yo quien vive,
es Cristo quien vive en mí

Este despojamiento progresivo llegará hasta el don total de sí mismo, es decir hasta el holocausto. Ya no es Van que vive sino Jesús quien vive en él (cfr. Gal 2, 18). Es la expresión perfecta de la conyugalidad, es decir, del yugo llevado juntos en el amor.

Para profundizar:

El misterio del sufrimiento en Van, Padre Olivier de Roulhac, O.S.B., Amis de Van Éditions.

Van, camino hacia la santidad a través de las heridas de la vida, Bernadette Lemoine, Amis de Van Éditions.

Teresa y Van, sufrimiento y alegría: la paradoja del Amor, Padre Louis Menvielle, o.p., Amis de Van Éditions.