–
Espiritualidad de la sonrisa
Van vive la espiritualidad de la sonrisa, tan querida y tan presente en el pensamiento de Teresita. La vivió como un niño, como un niño que juega.
Teresita deseaba complacer a Jesús, alegrarle, hacerle sonreír. Incluso se presentaba a Él como la pelotita con la que podía divertirse.
Van lleva al extremo esta audacia. Invitado por el mismo Jesús, pasa mucho tiempo divirtiéndose con Él. Se hacen travesuras mutuamente, y Van se atreve a creer que a Jesús le gusta mucho divertirse de esa manera con su hermanito, con tal que, mientras juegue, permanezca siempre sonriendo, ya que a Jesús no le gusta nada jugar con nadie que cuya cara esté triste. Se lo repite a menudo al Hermano Marcelo:
«Sólo me gusta jugar con los hermanitos y hermanitas que están alegres» (Col. 415).
–
–
Por otro lado, sin la alegría, ¿cómo podría llegar a ser el apóstol de los niños?
No es solo la vida oculta de Jesús en Nazaret lo que a Van se le pide reproducir, sino su vida de niño riendo y jugando con otros niños, pues así vivió en Nazaret. Se lo explica un día a Van, respondiéndole a una pregunta que le dirige, y que le preocupaba mucho desde hacía tiempo:
«Dice la gente que, durante tu niñez nunca te reíste ni lloraste, te quedabas tranquilo allí donde le gustaba a la Virgen colocarte, incluso cuando tenías hambre… ¿Es verdad eso?» (Col. 364).
Jesús le contestó que a veces lloraba, pero que María entonces, le consolaba:
«Por cierto, no era ni goloso, ni revoltoso como tú, pero me reía… Además, si no se ríe nunca un niño, haría perder la alegría a su familia. Si en medio de la Sagrada Familia hubiera permanecido siempre con cara seria, sin reírme jamás, seguro que María no se habría atrevido a llamarme su niño…» (Col. 365).
«Cuando acudían los niños del pueblo a jugar, me divertía de buena gana con ellos, y aprovechaba la ocasión para darles a conocer mejor el Reino de los Cielos. Esos niños también estaban muy contentos conmigo, pero jamás me iba a jugar lejos de María» (Aut. 366).
«Incluso, durante los tres días que estuve en Jerusalén, conversando con los doctores de la ley, me invitaban otros niños a entrar en su casa, a jugar con ellos. A todos los niños les gustaba llevarme a jugar con ellos, pero eran más bien los hijos de los sacerdotes y de las otras personas al servicio del Templo los que me llevaban a su casa» (Col. 605-606).
Van se divierte con el pequeño Jesús tomándole el pelo:
«Sabías hilar la lana, e incluso hacer vestidos de punto, –le dice-. Pero no sabías como yo coser a máquina, pues en aquella época, no existían» (Col. 353).
Incluso llega a decirle a María que Jesús debería ayudarle a barrer su habitación, pues no le da tiempo de hacerlo él mismo (Col. 589). Cuenta también a Jesús las alegrías y las penas que llenan sus días, pues le ha dicho Jesús que todo eso realmente le interesaba:
«Marcelo, me gusta todo en los niños: una palabra, una sonrisa, hasta una lágrima que derraman en un momento de tristeza, todo esto me interesa» (Col. 375-376).
Pero Van ofrece a Jesús sobretodo sus sonrisas: es lo que Jesús más aprecia en sus hijos. Aun durante la Semana Santa, Teresita exhorta a su querido hermanito a que cante y permanezca alegre, de modo que se olvide Jesús de todos los sufrimientos de su Pasión (Col. 384).
Incluso durante la Pasión Jesús permaneció profundamente feliz, como Él mismo se lo recordó a Van. También estaban convencidos de esto San Bernardo o Santa Catalina de Siena. Esta es, al fin y al cabo, la fuente inagotable de la alegría cristiana: el gozo profundo del alma de Cristo. El Hijo amado del Padre comunicó sin cesar a su alma humana esta especie de estremecimiento gozoso que experimenta desde siempre ante su Padre, en el seno de la vida Trinitaria, el mismo estremecimiento del Espíritu.
Y es esta alegría humana del Verbo encarnado la que comunica ahora su Espíritu Santo al corazón de los santos. De ello son una prueba viva Van y Teresita.
Una alegría que Van conservó aun encontrándose sumergido en el “infierno” de los campos de reeducación. Allí vivió plenamente lo que escribió a su hermanita Ana-María Tê en abril de 1950:
«Cuando sufres, no dejes que tu rostro se ensombrezca. Tú conoces las aventuras de mi vida: como un pétalo desprendido, llevado por el viento en todas las direcciones, he vivido el sufrimiento, la amargura, la humillación, y tratos inhumanos; todo esto lo he vivido. Y ahora, cuando miro hacia atrás, soy feliz, pues si he podido sufrir tanto ha sido por una gracia especial de Dios. Por eso, ya no considero todo eso como sufrimientos, sino como una gran alegría».
–
El gozo profundo de Jesús
–
Cristo de Javier,
Capilla del Castillo de Javier (Navarra- España)
–
Para que Van entienda mejor su deber de permanecer siempre alegre en medio de sus sufrimientos, le explica Jesús que él mismo permaneció alegre toda la vida, incluso mientras sufría los tormentos más horrendos.
«Pequeño Marcelo, mi vida fue una vida de sufrimiento; pero jamás estuve triste por tener que sufrir. Por consiguiente, mi vida debe ser llamada una vida dolorosa, pero no una vida infeliz. Si me hubiera entristecido entonces, frente al sufrimiento, ¿cómo podría exhortarte ahora a estar alegre cuando encuentras el dolor? Marcelo, no creas nunca que estuve triste al tener que sufrir; ni te turbes si lo oyes decir. Escucha atentamente lo que te digo, ¿estás atento? Si me hubiera entristecido por mis sufrimientos, ¿no te parece que hubiera manifestado menos alegría al sacrificarme por las almas, que lo que ellas mismas manifiestan al sacrificarse por mí?… Jamás estuve triste; al contrario, siempre estuve alegre como un niño que nada entre consuelos. Si en aquel tiempo, hubiera estado triste por mis sufrimientos, es evidente que debería estarlo, aún más ahora, en el sacramento de la Eucaristía… No, Marcelo, no es así. Cuanto más me sacrificaba por las almas, más deseaba sacrificarme, y siempre más. Y para decirlo claramente, esto es algo que sólo el Amor es capaz de comprender» (Col. 368-369).
–
Teresita había sido feliz al encontrar una reflexión parecida en su libro La Imitación de Cristo, traducido al francés por F. de Lamennais:
«En el Huerto de los Olivos Nuestro Señor gozaba de todas las delicias de la Trinidad, y, sin embargo, su agonía no fue por eso menos cruel. Es un misterio, pero os aseguro que comprendo algo de él por lo que yo misma experimento» (Cuadernillo Amarillo, 6.7.4).
Como el de Cristo, el gozo profundo que vive el cristiano en sus mismos sufrimientos no es el mero resultado de un esfuerzo de voluntad. Es el fruto de una certeza, la certeza de complacer a Dios y de salvar al mundo. Una certeza vivida, por el cristiano, en la oscuridad de la fe.
Van, desde el principio de los coloquios que Jesús le concede, escucha que por sus sufrimientos será “madre de las almas”. «A fuerza de sufrimientos es como la madre consigue hacer de sus hijos hombres y mujeres de bien» (Col. 5).
–
Para profundizar:
Teresa y Van, sufrimiento y alegría: la paradoja del Amor, Padre Louis Menvielle, o.p., Amis de Van Éditions.