Hermano redentorista

MARCELO VAN,
GENUINO HIJO DE SAN ALFONSO

San Alfonso María de Ligorio

Cuando nos acercamos a la vida de Marcelo Van, podemos quedar sorprendidos viendo como desde su niñez tenía un fervoroso espíritu de oración, una tierna devoción hacia la Virgen María, y una ardiente veneración al Santísimo Sacramento. Estos son precisamente los genuinos rasgos de San Alfonso, fundador de la Congregación del Santísimo Redentor, y de todos sus hijos.

Actualidad de san Alfonso hoy

En el mundo secularizado de hoy, mucha gente considera la oración como una superstición, una pérdida de tiempo, o algo para mujeres. Ya no se necesita a Dios. El hombre se basta a sí mismo, es dueño de todo el universo, y cree poder dominarlo con su orgullo científico-técnico y con sus capacidades operativas. Pero, por otra parte, cuando se aleja de Dios, se siente impotente ante los sufrimientos humanos, ante las catástrofes naturales de todas clases: entonces inventa otros «becerros de oro» que no pueden salvar a nadie. ¡Es un callejón sin salida!

Y hoy más que nunca, la clamorosa llamada de San Alfonso sigue estando vigente y es tan actual como una urgente súplica dirigida a todo el mundo: «¡Rezad! ¡Rezad! ¡Rezad!… Quien reza se salva».

Hijo de San Alfonso, sin saberlo,
desde su más tierna infancia

Alma de oración

Parece que Van, desde la niñez, ya ha comprendido esta llamada y está empapado de este espíritu de oración de San Alfonso. Doctor de la oración, Van solía rezar antes de recibir el pecho en las rodillas de su madre y terminaba su alimentación dando gracias a Dios por ella.

Desde su entrada en la Parroquia en los inicios de sus estudios para llegar a ser sacerdote, a la edad de siete años, hasta su entrada en los redentoristas, la oración será su gran arma en todos sus combates. No dejará de serlo hasta su aliento último en el campo de concentración donde morirá extenuado en 1959.

Van en la capilla del noviciado de Hanoi

Asociado al misterio del sufrimiento

También vive el misterio del sufrimiento desde pequeño, cuando su madre lo separa de su hermanita y de la familia con seis de años de edad. Este misterio del sufrimiento le acompañará, y se intensificará dolorosamente desde los siete años hasta su entrada en los redentoristas: intentos de abuso, humillaciones, desprecios, vejaciones, hasta llegar a ser incluso vendido como esclavo. Y lo acompañará en su vida religiosa como redentorista, entre los sufrimientos por su debilidad física, y las pruebas que le acompañarán, y los consuelos de su hermana Santa Teresita, la Virgen María y su pequeño Jesús. Consumará su entrega en el amor, haciendo de su vida una hostia viva con Jesús para la salvación del mundo, extenuado y enfermo a consecuencia de los sufrimientos tras su internamiento en una celda oscura y fría de aislamiento.

“Con Cristo, estoy atado a la Cruz; vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 19-20).

Campo vietnamita de concentración,
trabajos forzados y «reeducación»

El propósito de la Congregación de los Redentoristas, como dijo San Alfonso, es seguir e imitar los ejemplos de nuestro Salvador lo más fielmente posible, y más particularmente en su Pasión dolorosa. La vida de Van estuvo marcada desde el principio por los estigmas de la Pasión de nuestro Redentor.

Veneración entrañable al Santísimo Sacramento

Ya desde muy pequeño, con cinco o seis años, Van solía visitar cada noche con su madre al Santísimo en la iglesia parroquial:

«También, como se lo había pedido, la Virgen me concedió la gracia de nunca llegar con retraso a la iglesia para las oraciones comunitarias. Mi madre se asombraba de aquella gracia, que yo tampoco entendía. Ella confesaba: “A Van le apasiona jugar hasta tal punto que sacrificaría incluso una comida. Y, sin embargo, al acercarse la hora de la primera campanada, lo veía volver, me pedía que le lavara la cara y lo vistiera para ir a la iglesia. Y eso sin faltar un solo día».

La Virgen y su ángel de la guarda le avisaban cuando llegaba la hora de la visita al Santísimo:

«Realmente yo no prestaba ninguna atención a eso, sencillamente les había pedido a la Virgen y a mi Ángel de la guarda que me avisaran de la hora de la visita al Santísimo. Luego, sin comprender por qué, dejaba de jugar y me preparaba para ir a la iglesia» (Aut. 45-46).

Adoración al Santísimo Sacramento

 Esperará con ansias el día de su primera comunión, con siete años, y ella será su alimento, aún a costa de extraordinarios sacrificios, durante su estancia en la casa Parroquial hasta su salida de ella. La comunión y el sagrario será su sostén también como redentorista. Su entrega final está unida a un acto heroico por la Eucaristía: viendo la necesidad de sus compañeros católicos de internamiento, se fuga del campo para buscar la comunión para ellos. Descubierto, es encerrado en una celda de aislamiento y de castigo, de la que ya no saldrá sino para ir al encuentro de Jesús, su gran Amor. Toda su vida, desde niño hasta su muerte, es hostia viva unida a Jesús-Eucaristía.

Capilla del noviciado de Hanoi

Objeto del cuidado delicado de San Alfonso

Recién llegado a los redentoristas, ve una imagen de San Alfonso colocada sobre un pedestal, con la mano derecha levantada para bendecir y la cabeza inclinada hacia adelante. Se parecía a la imagen que vio en un sueño y que identificó con la Virgen de los Dolores. Entonces oye la voz de su hermana Teresita que, riéndose de la equivocación de Van, le desvela amablemente el misterio del personaje que le visitó, prometiéndole que él será su hijito querido:

«– ¡Oh! Ya no debes dudar, querido hermanito, estate seguro que el personaje que se te apareció aquella noche, no era otro sino tu Padre San Alfonso. Hoy ya no tengo que escondértelo, te lo digo francamente para que reconozcas tu error. Sí, el personaje que tomabas por Nuestra Señora de los Siete Dolores era tu amable Padre San Alfonso…

San Alfonso María de Ligorio

Hoy te has enterado de la verdad. Piensa que el Padre San Alfonso será siempre tú Padre San Alfonso, y mientras seas fiel a su Regla, guardándola minuciosamente incluso en los más pequeños detalles, serás su hijo querido. ¿Cuáles eran tus impresiones al verlo interesarse por ti de manera tan especial? La Virgen es quien te lo ha enviado para que te aceptara en la Congregación. En realidad, al decirte aquella noche) “¿quieres?, él te preguntaba si querías volver a ver, al pasar por esta escalera, uno y otro rasgo de Nuestra Señora de los Siete Dolores; o sea si querías entrar en la Congregación del Santísimo Redentor (Teresita se reía). Y cuando respondiste: “¡Oh Madre, sí quiero!”, tu “Virgen dolorosa” acogió el deseo de tu corazón, y a partir de aquel día, te consideró “como su hijo querido, y no cesó de esperarte hasta ahora en esta escalera» (Aut. 665-668).

Hijo amado de María

La Virgen está presente en su vida desde su más tierna infancia. Desde su primer uso de razón la busca, se llena de gozo con ella, aprende a hablar rezándole con su madre, durante el alejamiento de su madre y de su familia en casa de su tía, con seis años, busca su consuelo en ella, y a su vuelta le pide a ella la gracia de su primera comunión.

Ella será su gran consuelo durante su estancia en la parroquia, en la que sufre para ser sacerdote. Ella también será su cómplice en sus necesidades y en sus huidas. En ella encontrará la fuerza de su amor y de su intercesión poderosa cuando el maligno lo quiera destruir. Su vida es una continua entrega filial a ella. Ella será quien le conduzca a los Redentoristas y quien le fortalecerá en todas las pruebas hasta su entrega final.

Nuestra Señora del Perpetuo Socorro,
Patrona de los Redentoristas

Para profundizar:

Van, hijo de San Alfonso, Joseph Phung, Amis de Van Éditions.

Un alma sacerdotal, Padre Jean-Cristophe Thibaut, Amis de Van Éditions.