Orar por los sacerdotes

Ordenación sacerdotal

Orar y sacrificarse por los malos sacerdotes

Marcelo Van sufrió mucho durante su infancia y adolescencia por parte de sacerdotes violentos o indignos. De estas heridas surgió su misericordia y su oración por todos los sacerdotes.

Durante su noviciado, primero Jesús y después María, le piden particularmente orar y sacrificarse por los malos sacerdotes:

«Si te dejase ver la pena que me causan todos los días los sacerdotes por su conducta hacia mi… […]. Apóstol de mi Amor, intenta orar e imponerte pequeños sacrificios para consolar mi Corazón que tanto ama. Reza también para que el tiempo que doy a estos sacerdotes con la esperanza de que vuelvan a mí se prolongue todavía un poco, y que lo aprovechen para convertirse» (Col. 25).

Jesús le pide que ofrezca sus sufrimientos por todas las almas, pero particularmente por los sacerdotes:

«Lo que me has dado es mío; lo utilizaré para darlo a los sacerdotes» (Aut. 653).  

«Te pido todos estos sufrimientos en la única intención de asociarte a mí en la obra de la santificación de los sacerdotes para que conformes a su vocación trabajen con ardor al reino del Amor en el corazón de los hombres…» (Aut. 867).

La niña tímida de Lisieux va a recibir a «un niño de manos vacías» del Vietnam del Norte, para hacer de él, por la oración y el sacrificio, «un apóstol universal de los demás apóstoles de mi Amor» (Col. 388).

En particular por los sacerdotes franceses

Van no tendrá otra misión que la de orar y sacrificarse por los sacerdotes, como lo había hecho su hermana Teresita, en particular por los sacerdotes franceses.

Orar y ofrecerse para el renacimiento del sacerdocio

Si no llega a ser sacerdote, él que lo deseaba tanto (y que podía serlo siendo un chico), ofrece a Jesús toda su vida, sin ninguna reserva, todos sus sufrimientos y todo «su pequeño corazón», ¡para el renacimiento del sacerdocio! Van puede entregarse de esta manera porque está escondido en el Corazón de Jesús, y «el sacerdocio -como decía el Santo Cura de Ars- es el amor del Corazón de Jesús». Por eso Van conoce desde «dentro» lo que es ser sacerdote:

«Dios quiso enseñarme todas estas cosas para que conociendo mejor a los sacerdotes pudiera sufrir y orar en favor de ellos… No seré nunca sacerdote, y sin embargo entre los que lo son, no estoy seguro de que haya alguno que comprenda su dignidad sacerdotal como la entiendo yo» (Aut. 225).

Ser la fuerza vital de los apóstoles misioneros

Al igual que Teresita, Van llega a ser la fuerza vital de los misioneros, de los sacerdotes. Su sacerdocio consiste en permanecer escondido, actuando en el corazón de los sacerdotes, devolviendo la fecundidad a los que ya no dan fruto, para atraer así de nuevo a Jesús a aquellos:

 «que se han perdido lejos del Amor, y que andan con los pies desnudos en el lodo del pecado…» (Col. 477).

«Oh hermanito mío quédate hoy cerca de la Cruz, besa mis pies y no dejes de repetir: “Oh Jesús te amo por los sacerdotes que no te aman. Haz que tu amor penetre libremente en lo más íntimo del corazón de los sacerdotes”. Haz que los sacerdotes fervientes estén llenos de celo por mi amor» (Col. 477).

Sacerdos et hostia
Sacerdote y hostia

Sacerdocio misteriosamente escondido
en el misterio de la Cruz

El sacerdocio de Van está misteriosamente escondido en el misterio de la Cruz. Como Marta Robin, que clavada con Jesús en su lecho de madera, decía: «Qué hermoso es nuestro sacerdocio, que se ejerce en el silencio y en la sombra, escondido como Jesús Hostia» (Pequeña vida de Marta Robin, Raymond Peyret, Desclée de Brouwer 1988, pág. 46).

Teresita y Van anticipan las intuiciones
del Concilio Vaticano II

Van y Teresita querían ser sacerdotes. Este deseo del sacerdocio, que tenían tan fuertemente en el corazón, no era en absoluto, ni fuera de contexto, ni reivindicativo. Correspondía a una atracción interior del alma querida por Dios. El Padre Daniel Ange, en un libro escrito sobre Teresita, decía muy adecuadamente:

«Su deseo de ser sacerdote se identifica prácticamente al de ser apóstol. Para ella el ministerio sacerdotal es esencialmente una misión, en una época en la que solo los sacerdotes podían ser enviados en misión. De hecho, anticipa la revolución del Vaticano II, que hará de la misión una dimensión esencial de toda vida bautismal».

«Sin tener todavía esta formulación, ella tiene la intuición de lo que es el Sacerdocio real de los fieles» (DANIEL ANGE, Therese l’enfant, apôtre et martyre, Fayard 1999, pág. 172).

Concilio Vaticano II

La dignidad del sacerdote

Van pregunta a Jesús porque «ama tanto a los sacerdotes», Jesús le da esta sorprendente respuesta:

«Porque los sacerdotes son otros Yo mismo. Su dignidad es mayor que la de mi Madre… Sin embargo, María es más poderosa, porque ella es mi Madre, y por consiguiente los sacerdotes siendo otros Yo mismo, son también los hijos de María. En el Cielo, el alma de un sacerdote será objeto de veneración de todos los santos y santas, incluyendo la de nuestra Madre María» (Col. 478).

Misión de los laicos de engendrar a los sacerdotes
por la oración y el sacrificio

Van, huérfano del sacerdocio por amor al sacerdote, devuelve a los bautizados su misión de engendrar a los sacerdotes por la ofrenda de su oración y de sus sacrificios.

En esta hora de crisis de vocaciones, el Pueblo de Dios recibe con Van y Teresita esta responsabilidad vital de dar al mundo y a la Iglesia los sacerdotes que necesita para que el Cuerpo del Cristo pueda seguir creciendo. Van escribe en su Autobiografía:

«Cada vez que se pierde un sacerdote, el mundo cae en un estado lamentable» (Aut. 225).

La Iglesia necesitará siempre sacerdotes, y santos sacerdotes, para el mundo y para las familias.  No hay familias cristianas sin sacerdotes, no hay sacerdotes sin familias totalmente unidas al sacerdocio de Cristo.

Ordenación sacerdotal

Para profundizar:

Alma sacerdotal, Padre Jean-Cristophe Thibaut, Amis de Van Éditions.