Biografía de Marcelo Van

(1928-1959)

I. Infancia feliz

Desde su nacimiento hasta la separación de su familia, con 7 años, para empezar como aspirante su formación para ser sacerdote (1928-1935).

Van nace el 15 de marzo de 1928 en Ngäm Giao, una pequeña aldea del Tonkín, hoy Vietnam. Es el tercer hijo de una familia cristiana en la que reina la alegría.

Su padre lo mima, dándole paseos en el búfalo y llevándolo al campo. Su madre le enseña a rezar mientras le da el pecho y le enseña a amar a Jesús. A sus seis años saca el búfalo familiar a pastar, aprovechando sus salidas para rezar el solo el rosario de la Virgen que le ha enseñando su madre. Es su encuentro diario con su mamá del Cielo.

Fue una época de felicidad familiar que se grabó profundamente en su corazón, de alegría y de unión familiar, de tierna piedad infantil con el niño Jesús y con la Virgen, de preciosos paseos por los arrozales en primavera, de visitas a la parroquia y de procesiones infantiles, de juegos y de formación de su carácter terco y rebelde bajo la atenta dirección de su madre.

«Alrededor de mí, todo respiraba alegría, todo reflejaba belleza, sobre todo en mi familia; jamás podré describir todas las dulzuras de mi niñez y todo el amor de mis padres» (Aut. 10).

Su madre se encarga de que viva en la presencia del Señor y de la Virgen enseñándole a rezar:

«Ella me acostumbrará a pronunciar antes de nada los santos nombres de Jesús, María y José. Desde que pude percibir las palabras que yo mismo pronunciaba, me oía repetir: Jesús…, Jesús, Madre…, Madre, Santísima Virgen, San José…, y […] cuando pude levantar y bajar mi brazo hábilmente, mi madre me enseñó a hacer la señal de la cruz. Quizá aprendí a hacerme la señal de la cruz antes que a gatear, es decir antes incluso de saber realmente su significado […]. En cuanto supe hablar con fluidez, mi madre me enseñó una oración corta que me hacía repetir antes de darme cualquier alimento» (Aut. 11).

A los cuatro años nace su hermanita Tê, su primera gran alegría pero también la causa de su primer gran sufrimiento. Siendo demasiado cariñoso con su hermana se convierte en un peligro para ella. Su madre decide enviarlo a casa de una hermana suya. Estará dos años separado de su hogar.

Al volver, le comunica a su madre su gran deseo de recibir su primera comunión. Tiene seis años. El párroco encuentra a Van demasiado pequeño, pero acepta que vaya a la catequesis. La víspera del día de la celebración recibe el esperado permiso para comulgar. Colmado de alegría prepara su corazón para recibir a Jesús:

«Por fin Jesús viene. Saco la lengua despacio para recibir el pan del Amor. Mi corazón siente una alegría extraordinaria… Ahora ya no hay nada más que Jesús; y yo no soy más que la pequeña nada de Jesús. Es decir, que me he convertido en Jesús, y Jesús se ha hecho uno conmigo» (Aut. 86).

Desde niño quiere ser sacerdote

II. Llegar a ser sacerdote

Desde su entrada en la escuela infantil de la parroquia de Hüu-Bang como aspirante al sacerdocio hasta la gracia de la Navidad de 1940, con 12 años (1935-1940).

Tiempo de sufrimiento

Poco después, su madre lo lleva a visitar la parroquia de Hüu-Bang, en la que el párroco acoge a chicos que desean ser sacerdotes. En el momento de volver a casa, Van decide quedarse. ¡Quiere ser sacerdote! Es bien recibido por el párroco y los jóvenes, siendo un ejemplo para todos. Pero la situación se degrada y tropieza con la maldad de los catequistas amargados. Comienza para él un duro combate espiritual:

 «La lámpara de mi corazón brillaba constantemente. Viéndolo el demonio, y más furioso de lo que uno se pueda imaginar, estaba decidido a declarar la guerra al niño bendito de la Santísima Virgen…» (Aut.132).

Si quiere ser santo tiene que aceptar la penitencia que ellos hicieron. Los golpes con caña de bambú empiezan a llover sobre él. Se le prohíbe contárselo al párroco so pena de ser enterrado vivo. En ausencia del párroco es convocado ante un “tribunal popular” en el que es humillado. Aunque es declarado inocente se le condena a comer con el perro y a recibir tres golpes si quiere comulgar. Ante su resistencia, su catequista le aumenta la penitencia. Para poder unirse a Jesús cada día, Van va a pagar su tributo: recibir más de una decena de golpes diarios. Turbado por las preguntas que le hacen sobre la Eucaristía, agotado por las pruebas que le imponen, llega a creerse indigno de comulgar:

«Estaba turbado y sufría terriblemente, pues sin ser digno como los santos, había osado temerariamente comulgar todos los días. [] Llegué a no atreverme a hacerlo. A partir de ese momento, perdí la fuente de mi alegría» (Aut. 148).

Lejos de su familia, sólo le queda María, su Madre, a la que se dirige con el rezo del rosario. Sus torturadores se lo confiscan. Él se las ingenia para seguir rezándolo, ellos se lo impiden a toda costa. No le quedan más que los dedos de su mano a modo de cuentas:

«Suponiendo que tuviera que sacrificar las diez puntas de mis dedos, mi corazón nunca dejaría de expresar mi amor a la Santísima Virgen con el rezo del rosario. Pues gracias a esta práctica mi Madre, María, ha venido siempre en mi ayuda, forzando al demonio a temerme, tanto que nunca ha conseguido vencerme» (Aut. 152).

Ante el ambiente de la casa parroquial, varios jóvenes huyen. Tras un intento fallido, vuelve a su casa. Ésta ha cambiado mucho en cinco años: su hermano mayor ha perdido la vista y su padre, abatido, ha abandonado la oración y se dedica a jugar y a beber en lugar de trabajar; su madre se ve obligada a hacerlo para sacar adelante a la familia, que ha perdido sus arrozales en la inundación de 1938; un hermano pequeño, Lucas, completa el número de hermanos tras dos niños fallecidos. Sus padres no lo reciben bien. Su madre lo vuelve a llevar y se rinde a la evidencia: Van ha dicho la verdad. Pero con gran dolor lo deja allí:

«Conoces la triste situación en la que se encuentra la familia a causa de tu padre. Si la conoces, acepta conmigo tu parte […]. Acepta de corazón todas las dificultades con las que te vas a encontrar en la casa parroquial, y ofréceselas a Dios. En cuanto a mí, pediré a Dios y a la Santísima Virgen que te guarden, para que no caigas en las numerosas y peligrosas ocasiones que, como he comprobado, hay aquí. En los peligros, mantén una confianza firme en Dios y en la Virgen María y no tendrás ninguna consecuencia desagradable» (Aut. 301-302).

Perseguido y privado de toda educación, huye en busca de un lugar que lo forme para ser sacerdote. Tras dos peligrosas semanas en la calle, va a casa de su tía que lo había acogido de niño. Se reúne con su familia, pero es recibido sin ningún cariño por ella. Se siente solo y abandonado. Llega a «considerarse un ser digno de abominación» (Aut. 433). Solo la Virgen María le ofrece algún consuelo. También encuentra alivio en el párroco de su aldea, que le dice en una confesión: «Puedes creer que, si Dios te ha enviado la cruz, es signo de que te ha escogido» (Aut. 435).

III. Colmado de alegría en el Amor

Desde su gracia de la Navidad de 1940, en que es fortalecido, hasta nueve años antes de su muerte, en que termina la Autobiografía con 22 años (1940-1950).

La gracia de Navidad: su transfiguración

Llega Navidad. Tiene 12 años. En el transcurso de la misa de gallo recibe su regalo, justo después de la comunión:

«Abrazo a Jesús presente en mi corazón. Una inmensa alegría se ha apoderado de mi alma […]. En un instante mi alma ha sido totalmente transformada […]. Dios me ha confiado una misión: la de cambiar el sufrimiento en felicidad. No suprimo el sufrimiento, pero lo cambio en felicidad. Sacando fuerza del Amor, mi vida ya no será más que una fuente de felicidad» (Aut. 438-439).

A partir de esa noche, el sufrimiento tiene ahora un sentido. La vida de Van se ha transfigurado. 

Deseo de ser santo y su encuentro con Santa Teresita

Tras un corto paso por Hüu-Bang y por el Seminario Menor de Lang Son, llega a la casa parroquial de Quäng Uyên. Tenía un enorme deseo de ser santo, pero no había encontrado entre las vidas de éstos ninguna que pudiera imitar. Una noche, le pide a la Virgen que le de la vida de un santo para leer. Pone todos los libros sobre la mesa y coge uno al azar: Historia de un alma, vida de una carmelita de Lisieux. ¡Tremenda decepción! Una monja de una orden tan austera, ¡no es para él! Pero quiere cumplir su promesa a la Virgen. En cuanto empieza a leer, rompe a llorar de alegría: En la vida de esta carmelita Van encuentra la historia de su alma. Así es como Santa Teresita se convierte en su hermana mayor espiritual.

No tardará mucho en enseñarle el camino del amor, comunicándose interiormente con él. Desde su primera conversación con él, consigue que Van recupere la espontaneidad en su relación con Dios: «Padre lleno de amor, que no sabe más que amar y que a cambio no desea más que ser amado» (Aut. 600). Otro día le anuncia que no será sacerdote (Aut. 649). ¡Terrible noticia para Van! Con tacto, Santa Teresita le da a conocer su vocación: ser Apóstol escondido del Amor Misericordioso, oculto en el corazón de Dios para ser la fuerza vital de los apóstoles misioneros (Aut. 651). Y con ello, su vocación a la vida religiosa.

Entrada en los Redentoristas de Hanói

A los dos años llama a la puerta de los redentoristas de Hanói. Es demasiado joven para ser aceptado y debe volver a su casa. Al final, el ansiado milagro llega, siendo recibido el 17 de octubre 1944. Allí recibe el nombre de Marcelo Van.

Los comienzos de la vida comunitaria son difíciles. Comprende enseguida, que «el redentorista debe vivir y morir como su divino Redentor» (Aut. 801).

Guiado por Jesús, la Virgen y Santa Teresita por el camino de la infancia espiritual

Jesús y María le hablan interiormente. El P. Antonio Boucher, maestro de novicios, le ayuda a avanzar por el camino del amor que le trazan Jesús, María, y Santa Teresita del Niño Jesús. Maravillado por la acción de la gracia en su vida y por la forma en la que ha respondido a ella, le pide que escriba su vida. Además, copia muchas de sus cartas antes de enviarlas y recoge los coloquios que el cielo tiene con él.  Sus escritos son un tesoro de sencillez en la escuela de la  infancia espiritual.

Marcelo Van con su maestro de novicios
y padre espiritual, el P. Antonio Boucher

Marcelo Van lleva una vida de pobreza, castidad y obediencia en fidelidad a las Constituciones de su Orden, sin dejar mostrar a ninguno de sus compañeros el secreto de su vida, su relación íntima y profunda con el Cielo y los coloquios que tiene con sus interlocutores divinos.

III. La consumación de su vida en el Amor

Desde sus votos perpetuos en 1950, pasando por su regreso a Vietnam del Norte en 1954, por su arresto en 1955, hasta su muerte el 10 de julio de 1959 en un campo de «reeducación».

Detención por los comunistas, encarcelamiento y muerte de Van

Marcelo Van se encuentra en el Sur. En 1954, tras la división del Vietnam en dos, pide volver a ese Norte que tanto ama «para que haya alguien que ame a Dios en medio de los comunistas».

Unos meses más tarde, el 7 de mayo de 1955, es detenido. Al año siguiente, en mayo de 1956, es condenado a 15 años de «reeducación» y sometido a  trabajos forzados. En agosto de 1957 es llevado a otro campo de reeducación.

A los cuatro años de su detención, entrega su alma a Dios, extenuado y enfermo el 10 de julio de 1959.

Muere consumido por el amor, como le había escrito a su superior diez años antes:

«¿Quién puede conocer la fuerza del amor? [….]. ¿Quién puede conocer su dulzura? […]. Llegará un día en que moriré, pero moriré consumido por el amor» (Cor. Carta al P. León Laplante, del 27 de diciembre de 1949).

Su proceso de beatificación fue abierto en 1990. El Cardenal Francisco Nguyen Van Thuan fue el primer postulador de su causa de beatificación.


Moriré consumido por el amor