Domingo 10 de mayo
La madre de Van pide a su hijo que ofrezca la primera semana tras su primera comunión por su padre, que por no encajar la enfermedad de su hijo mayor, se entrega al juego con los amigos, enfriándose en su fe, desentendiéndose de sus responsabilidades familiares, y malgastando el patrimonio económico de la familia.
« Mi primera semana tras mi comunión, fue dedicada a rezar por mi padre, que desde algún tiempo atrás parecía que le gustaba vivir ociosamente. Trabajando poco, su único placer era ir todos los días a casa de amigos para jugar por dinero. En su vida de piedad se volvía cada vez más tibio y negligente, y eso nos inquietaba mucho, sobre todo a mi madre. Parecía que Dios la había hecho conocer de antemano todos los sufrimientos que la familia habría de soportar más tarde; por eso tenía preocupaciones día y noche, rezando y exhortándonos a hacer penitencia para pedir a Dios que tuviera piedad de mi padre y le concediera la gracia de la conversión, para que la felicidad de la familia, a punto de zozobrar, fuera afianzada de nuevo […]. Jamás antes había visto a mi madre afligida hasta tal extremo. Tampoco nunca había sentido hasta tal punto la piedad filial que desbordaba de mi corazón. A pesar del amor inmenso que sentía por mi madre, veía la necesidad de rezar mucho más por mi padre. Por eso, no descuidé ninguno de los consejos de mi madre. En penitencia por mi padre, he prometido a Dios no beber vino en toda mi vida. Esta promesa explica por qué he rechazado hasta el día de hoy todos los remedios basados en alcohol. Si todos los sacrificios y oraciones que hemos ofrecido a Dios no nos preservaron de las pruebas, sí que nos dieron una fuerza que nos ayudó mucho a aceptar la prueba con valor y a beber el cáliz de la amargura hasta el final ».
Marcelo Van,
Apóstol escondido del Amor Misericordioso
(Autobiografía, 98).
Oración a la Virgen
Madre Inmaculada, también nuestro pequeño Van tuvo que sufrir, como tantos niños, los males que afligen a sus familias. Desde sus seis años empezó a beber el cáliz de los sufrimientos de esta vida. Su respuesta al mal de su padre fue la oración y la penitencia, rezando y ofreciendo sacrificios por su conversión. Apenas un niño y ya sentía la responsabilidad por su padre, tan pequeño y ya empezaba a convertirse en apóstol de los niños que sufren, y de la familia. Es verdad, como dice tu pequeño Van, que los sacrificios y oraciones que ofrecemos a Dios no nos preservan siempre de las pruebas de la vida, pero nos dan la fuerza interior para aceptarlas con valor. Cuántas pruebas superasteis también tú y san José con la oración y el ayuno, con la fe puesta en Dios y con la aceptación de los males inevitables que os hicieron sufrir, ofreciendo todo al Señor.
Madre mía, hoy quiero pedirte que me ayudes a aceptar las pruebas de mi vida y de mi familia, encontrando en el ofrecimiento de los sufrimientos que conllevan, en la oración y en la penitencia, como nos has pedido en Fátima, la fuerza para no sucumbir al rencor ni al resentimiento, a la amargura o a la desolación, para amar y perdonar, y así salir victorioso de todas ellas, como lo hicisteis tú y san José, como lo hizo el pequeño Van, y así poder ayudar verdaderamente a mi familia y a quienes la Providencia me ha confiado.
Consagración a la Virgen
Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco del todo a ti, y en prueba de mi filial afecto te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, Madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén.
Jaculatoria
Madre del total abandono, me entrego a ti sin reservas
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