Miécoles, 13 de mayo
El pequeño Van tendrá también que pasar, como tantos niños, por la prueba de una pésima educación escolar basada en el miedo al profesor y en los golpes, en el constreñimiento de una sana libertad y en los métodos opresivos de un maestro cruel. Aquello le hizo sufrir mucho ¿Una depresión? Quería irse al cielo. Su madre, siguiendo las indicaciones del médico, lo sacó de la escuela:
« Gracias a Dios tuve la suerte de ser librado rápidamente del yugo de aquella educación inmoral […]. Felizmente me enfermé, pero tuve que soportar muchos sufrimientos a causa de aquella pretendida educación […]. Continuamente pensaba en la escuela, ésta era para mí un tormento insoportable. Tenía miedo sólo de pensarlo, y ese miedo me causaba un abatimiento tal que ya no tenía fuerzas para hacer nada. Cada día me encontraba más delgado y pálido. Estaba atontado, taciturno, inclinado a la melancolía, y lloraba sin poder parar por cualquier cosa. Yo seguía presentándome todos los días a la Santa Misa para recibir el pan de los fuertes.
Cada mañana pedía a Jesús que me llevara al cielo con mi hermanito para no tener que volver a ir a la escuela […]. Pero la muerte se hallaba todavía muy lejos para mí. Jesús quería que padeciera aún más los sufrimientos de este mundo. La prueba presente no era más que una borrasca, presagio de tempestades futuras. Quería servirse de mi cuerpo para soportar el sufrimiento, la vergüenza y el agotamiento, para que la llama del Amor que devora su divino Corazón pudiera derramarse en el corazón de todos los hombres de la tierra […].
Qué contento me puse cuando me enteré de que no tendría que ir más a la escuela. Pensaba: ahora podré rezar mi rosario, visitar a gusto el Santísimo Sacramento y jugar libremente con mi hermanita Tê ».
Marcelo Van,
Apóstol escondido del Amor Misericordioso,
(Autobiografía, 116-117).
Oración a la Virgen
Madre Inmaculada, tu pequeño Van, delicado y sensible, tuvo que sufrir también una educación escolar perversa e inmoral, que lo angustió y lo sumió en el deseo de dejar esta vida. Jesús no eximió de los sufrimientos de este mundo al que estaba preparando como apóstol de los que sufren. Quiso servirse de su sufrimiento “para que la llama del Amor que devora su divino Corazón pudiera derramarse en el corazón de todos los hombres de la tierra”. Su alegría, además de librarse del cruel profesor, era rezar su rosario, visitar a gusto el Santísimo Sacramento y jugar con su hermana pequeña.
Hoy 13 de mayo, es la fiesta de tus apariciones en Fátima. En ellas nos recordaste a través del ángel de Portugal que tu Corazón Inmaculado y el de tu Hijo están atentos a nuestras súplicas y que tenéis designios de Misericordia para con nosotros los hombres; también nos pedisteis aceptar todos los sufrimientos que nos sobrevienen, y ofrecer todos los sacrificios que pudiéramos hacer, en reparación de tantos pecados con los que Dios es ofendido y por la conversión de los pecadores; también nos pedisteis ofrecer el Cuerpo y la Sangre, el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación de las indiferencias, blasfemias y sacrilegios con los que es ofendido. Nos prometiste que seríamos consolados y que haciendo esto atraeríamos el don de la paz sobre nuestros países. También nos pediste que ofreciéramos oraciones y sacrificios y que rezáramos el Rosario por la conversión del mundo. Tu pequeño Van, como tus pastorcitos, vivió desde niño este misterio de ofrenda por la conversión de los pecadores, por la salvación de su querido Vietnam, de Francia y del mundo entero, y como medio para consolar y alegrar el Corazón de tu Hijo, maltratado y herido por nuestras ingratitudes y pecados, que es el sentido de la reparación.
Yo también quiero, como tus pastorcitos de Fátima y como Van, implorar el don de la conversión para tantos hombres y mujeres que no conocen vuestro amor, atraer sobre mí, sobre los míos y sobre este mundo herido y maltrecho, el don de la paz, y reparar con mi amor, hecho oración y sacrificio, el desamor y la ingratitud con que los hombres herimos el Corazón de Dios. Ayúdame, Madre, a responder a vuestros deseos como lo hizo Van.
Consagración a la Virgen
Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco del todo a ti, y en prueba de mi filial afecto te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, Madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén.
Jaculatoria
Madre del total abandono, me entrego a ti sin reservas.
–
-