Mes de María, 14 de mayo

Jueves 14 de mayo

En la segunda semana del mes de mayo de 1935 la madre de Van lo llevó a que conociera al Padre José Nha, un buen sacerdote que con caridad y bondad la había enseñado a ella. Tenía la intención de que fuera el maestro de su hijo para que más tarde, si esa fuera la voluntad de Dios, el pequeño Van pudiera llegar a ser un buen apóstol. Éste dirigía una escuela parroquial que acogía a los niños que deseaban llegar a ser sacerdotes. El pequeño Van, movido por este firme deseo, pide a su madre en el momento de despedirse del párroco que le deje quedarse con él. Así describe ese momento:

« Tenía sed de consagrarme a Dios sin tardar, pues si esperaba a ser mayor temía no llegar a serlo nunca. […]. Pensaba: si mi madre en lugar de obligarme a volver a casa me dejara aquí con él, estaría muy contento. Tenía la certeza de que de ese modo podría realizar mi anhelo de ser sacerdote […].

[La madre de Van, sin saber las intenciones de su hijo, le dijo bromeando que ella se volvía y que él se quedaba allí con el Padre Nha”. A estas palabras Van respondió decididamente:]

“¡Ah! muy bien mamá, déjame aquí con el párroco, y cuando sea sacerdote, volveré”. Asombrada, miró a su prima, y se dirigió hacia mí diciendo “¡Eh!, Van, ¡tendrías ese valor…! Lo decía bromeando. Regresa a casa primero para crecer un poco más junto a tu hermana, y cuando ella sea mayor os dejaré partir a los dos”. “No, mamá ya soy bastante grande, vuelve a casa, y cuando mi hermanita haya crecido, la mandarás aquí conmigo para hacerse religiosa”. Con esas palabras desaparecí… […] Fue la primera, y también la única vez en mi vida, en que adopté una actitud firme en el momento de la separación. Normalmente, eso habría sido capaz de parar los latidos de mi corazón. ¡Ah!, fue necesaria la poderosa intervención de la gracia divina. Si en aquel momento Dios no hubiera paralizado en mí la fuente de la emoción, no habría podido mantener jamás una actitud tan decidida […]. Mi alma quedó extasiada al pensar que estaba siguiendo el ejemplo de Jesús cuando se quedó en el Templo… ».

Marcelo Van,
Apóstol escondido del Amor Misericordioso,
(Autobiografía, 125-126).

Oración a la Virgen

Madre Inmaculada, ¡que voluntad tan decidida, la de tu pequeño Van, para responder a la llamada a ser todo de Dios que escuchaba en su corazón! ¡Qué misterio el de la elección de Dios, y también el de la respuesta del hombre, que es el de su libertad y  su responsabilidad!

Tú eres la mujer del sí, que respondiste también con prontitud a las llamadas de Dios en tu vida, como nos enseña el Evangelio. En Nazaret, asintiendo con tu fiat, con tu hágase, al designio de Dios de convertirte en Madre de su Hijo, el Mesías prometido; en vuestro viaje a Belén, donde diste a luz al Hijo de Dios; en Caná, para interceder por los esposos; en Galilea, siguiendo a Jesús como primera discípula; en Jerusalén, acompañándolo en su pasión, muerte y resurrección; en el Cenáculo, permaneciendo en la oración con los Apóstoles para recibir el Espíritu Santo en Pentecostés. 

Madre, quiero ser fiel a mi consagración bautismal, que me ha hecho de Cristo, y a mis compromisos de bautizado. Concédeme, vivir para Dios, como tú y como Van, no sea que después tenga tantos compromisos con este mundo que no tenga la libertad ni la determinación para hacerlo. Ayuda ser fieles también a aquellos a quienes tu Hijo ha llamado en la Iglesia a una especial consagración. 

Consagración a la Virgen

Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco del todo a ti, y en prueba de mi filial afecto te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, Madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén.

Jaculatoria

Madre del total abandono, me entrego a ti sin reservas.