Domingo 17 de mayo
Los malvados formadores lo turbaron con la idea de que, sin ser digno como los santos, había tenido la temeridad de comulgar todos los días. Al final, acabó por no atreverse a comulgar a diario. El pequeño Van perdió la fuente de su alegría. La profunda tristeza le hacía más presente el recuerdo de su familia. Deseaba volver a ver a su madre para contarle todo y buscar su caricia maternal. Pero su madre estaba lejos, muy lejos. Ese deseo aumentaba aún más su dolor. Solo la confianza en Dios y en su Madre del Cielo lo sostenía:
« Lo único que sabía hacer era poner mi confianza en Dios, pidiéndole que no me permitiera jamás caer en el pecado, aunque fuera al precio de mi vida; pues en aquel momento ya no existía la menor apariencia de castidad en la casa parroquial. Se había vuelto una casa de pecado donde se emborrachaban, apostaban dinero y se abandonaban a la impureza. En cuanto a mí, prefería refugiarme en el sufrimiento para guardar mi corazón puro, en vez de echarme en la corriente de agua fangosa buscando un consuelo pasajero.
Seguramente Dios escuchó mi oración, ya que durante los cinco años de encarcelamiento en esa casa […] sentí siempre en mi alma el valor de resistir a Satanás. Me atrevo a afirmar con certeza que jamás dejé voluntariamente al demonio manchar el vestido blanco de mi pureza […]. Sólo en las horas en que rezaba mi rosario sentía mi corazón calentarse y disfrutar un poco de alegría sacada del Corazón de María, mi querida Madre ».
Marcelo Van,
Apóstol escondido del Amor Misericordioso
(Autobiografía, 149-150).
Oración a la Virgen
Madre Inmaculada, el pequeño Van resistió a hacerse cómplice del mal que había logrado instalarse en aquel lugar. Sin dejar de poner su confianza en Jesús y en ti, y sostenido por la oración y por una firme determinación de custodiar su inocencia, pudo vencer todas las insidias de Satanás. Conservó su pureza y su corazón para el Señor. En ti encontraba el amor y el consuelo maternal de tu Corazón Inmaculado y la fuerza para resistir.
Ayuda a tus hijos que queremos vencer sobre las debilidades de nuestra condición humana, sobre las ilusorias luces de neón de este mundo y sobre las engañosas tentaciones del demonio. Ayúdanos a conservar puro nuestro corazón, como lo hiciste tú, como lo guardó el pequeño Van, y a acercarnos con humildad y confianza al sacramento de la Confesión para recibir la Misericordia de Dios y limpiar con ella nuestras almas. Ayúdame a tomar el arma infalible del Rosario para salir victorioso, como Van, en todos mis combates.
Consagración a la Virgen
Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco del todo a ti, y en prueba de mi filial afecto te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, Madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén.
Jaculatoria
Madre del total abandono, me entrego a ti sin reservas.
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