Lunes 18 de mayo
Lejos de su madre querida, el pequeño Van encontraba su consuelo y su fuerza para mantenerse puro en el rezo del Rosario. Como no le podían doblegar, intentaron impedirle rezar el Rosario para someterlo. El pequeño Van mostró toda su determinación en ser fiel a su rezo diario del Rosario, saliendo siempre victorioso:
« Para permanecer fiel al rezo cotidiano del rosario, tuve que librar una lucha terrible. Primero, me quitaron mi rosario sin ninguna razón. A pesar de todo encontré el modo de recitarlo poniendo diez habas negras en uno de mis bolsillos. En cada Ave María, tomaba una de aquellas habas y la pasaba al otro bolsillo. Y cuando mi bolsillo estaba vacío, rezaba el Gloria… A continuación, volvía de nuevo, de la misma manera. Creía que este método era bastante discreto, pero una vez más lograron impedirme este tipo de rosario.
Inmediatamente inventé una nueva estrategia. Hice diez nudos con el cordón de mi pantalón, a fin de utilizarlo como un rosario. Sin embargo, debía esconderlo en el interior cuidadosamente, y me atrevía a sacarlo sólo en el momento de usarlo. Un día me descuidé olvidándome de tomar esta precaución. El maestro se dio cuenta y me obligó a decir toda la verdad. Luego me quitó este cordón tan útil y precioso. Además, me gratificó con tres bofetadas diciendo: “¿Te atreves a ser tan maleducado con la Santísima Virgen usando el cinturón de tu pantalón como si fuera un rosario?”.
Al final, pensando que no me quedaban otros medios, tuve que servirme de mis dedos para contar las Avemarías. Me parecía práctico, pues así podía rezar mi rosario en cualquier parte sin que nadie se diese cuenta. Y me decía a mí mismo: «aunque tenga que sacrificar las puntas de mis diez dedos, nunca mi corazón dejará de expresar su amor a la Virgen a través del rosario». En efecto, gracias a esta práctica, María, mi madre, siempre acudió a mi socorro, obligando al demonio a temerme, de tal modo que no consiguió nunca vencerme. Aún más, recibió golpes imprevistos que desbarataron sus astucias más secretas. Por eso, el odio implacable entre el demonio y yo jamás ha conocido tregua alguna ».
Marcelo Van,
Apóstol escondido del Amor Misericordioso
(Autobiografía, 152-153).
Oración a la Virgen
Madre Inmaculada, el pequeño Van tuvo dos armas fundamentales que le fortalecían y le ayudaron a vencer en todos sus combates: la recepción de la Sagrada Eucaristía y el rezo del Santo Rosario. Unido a Jesús y a la Virgen pudo superar todo con fortaleza.
Tú también venciste en todas las pruebas que te acompañaron a lo largo de la vida. Lo hiciste con la confianza puesta en Dios, expresada en la escucha de la Palabra de Dios, en un diálogo continuo con Él y en obediencia fiel a su voluntad; siguiendo como su primera discípula al Emanuel, el Hijo de Dios hecho hombre, recibiéndole con los apóstoles y discípulos, tras la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, en el misterio de la Eucaristía; contemplando todos los acontecimientos salvadores de la vida del Señor, que tu guardaste y meditabas en tu corazón, como lo hacemos nosotros, unidos a ti con el rezo del Santo Rosario.
Ayúdanos a no olvidar lo que Jesús hizo por nosotros, a dejar que las imágenes de esos acontecimientos se guarden profundamente en nuestra memoria, y a recordarlos contigo con el corazón, en la contemplación de los misterios del Santo Rosario. ¡Qué ejemplo tan extraordinario el de tu pequeño Van! ¡Qué testimonio tan asombroso! Yo también, como él, quiero amarte y encontrar en ti la fuerza para vencer en las pruebas, las incomprensiones, las soledades y los sufrimientos de la vida.
Consagración a la Virgen
Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco del todo a ti, y en prueba de mi filial afecto te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, Madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén.
Jaculatoria
Madre del total abandono, me entrego a ti sin reservas.
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