Mes de María, 19 de mayo

Martes 19 de mayo

Los deseos del pequeño Van de ser sacerdote se volvieron absolutamente vanos. Nadie se preocupaba por sus estudios ni por su formación espiritual. Todos tenían una conducta opuesta a la perfección.  Además, la familia del pequeño Van se vuelve pobre por la pérdida de la cosecha, y por la adicción al juego de su padre. El pequeño Van afronta el destino de tantos pobres. Perdiendo la consideración del párroco, se vuelve un siervo suyo. En su extrema pobreza Van recuerda el trato que los pobres recibían en su casa cuando era niño:

« Antes, era seguramente el niño mejor provisto de dinero y de ropa. Mientras que mi familia estaba económicamente acomodada, no sé cuánta ropa me mandaba mi madre cada año […]. En realidad, he dado la mayor parte a los pobres […] Cada vez que recibía un paquete de ropa nueva, llevaba la antigua a la lavandera, aun cuando no la había usado, con el fin de que la distribuyera a los pobres. Sentía por ellos una simpatía especial que se remontaba a mi niñez. Cuando todavía estaba en mi casa, mi madre me dio muchos buenos ejemplos de caridad para con las familias pobres. Cada año, en las grandes fiestas, mis padres tenían la costumbre de dar ropa a las familias necesitadas […]. Cuando algún pobre se presentaba en cualquier momento en la casa, nunca se le rechazaba. A menudo, cuando aquellos pobres llegaban a la hora de comer, se sentaban a la mesa familiar, y una vez saciados recibían aún un poco de arroz o de dinero que se llevaban. Admiro sinceramente esta generosidad de mis padres… Esos buenos ejemplos hicieron nacer en mi corazón una simpatía especial por los pobres, y desde entonces esta simpatía me acompaña en todo lugar. Allí donde voy, me gusta dar limosna, y mi intención es dársela al mismo Jesús.

En casa, mi madre nos decía muchas veces: “Cada vez que dais algo a un pobre, pensad que lo estáis dando a Jesús. No miréis nunca el valor de lo que dais, sino el amor que sentís por aquel que lo está recibiendo. Es decir, que al dar algo, hay que dar también el corazón. En consecuencia, no despreciéis nunca a los pobres; al contrario, si es un anciano, respetadlo; si es un niño, tened piedad de él; si es un inválido, debéis sostenerlo y ayudarlo. No hay que olvidarse que son miembros del Cuerpo místico de Jesús, y que son también nuestros hermanos” ».

Marcelo Van,
Apóstol escondido del Amor Misericordioso
(Autobiografía, 176-177).

Oración a la Virgen

Madre Inmaculada, el pequeño Van, se comportó siempre con admirable caridad con los pobres. Pero también él tuvo que sufrir el empobrecimiento de su familia y el destino de los niños pobres, teniendo que vivir de los favores que pudiera hacer, o de los trabajos que hacía a cambio de un techo y de un poco de comida. Aun así, siempre que pudo ayudó a sus compañeros pobres como él. ¡Qué ejemplo de caridad más impresionante vio desde niño en su familia! ¡Qué ejemplo también de caridad el de tu pequeño Van, compartiendo lo suyo con sus compañeros!

Tú también, Madre, tuviste una particular compasión con los pobres y necesitados. Te llegaba al corazón las necesidades materiales de tu pueblo y de los hombres, y la profunda necesidad de sus almas. ¡Cuántos gestos de amor y de compasión con los pobres debió contemplar Jesús de ti y de san José en el humilde hogar de Nazaret!

Ayúdame a reconocer a tu Hijo en todos mis hermanos que sufren o que pasan necesidad, sin distinción de nacionalidad, lengua o raza, como han hecho los cristianos a lo largo de estos dos mil años. Cuando me presente ante el justo Juez seré examinado en el amor: “tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, fui forastero y me acogiste, estaba desnudo y me vestiste, enfermo y me visitaste, en la cárcel y viniste a verme” (Mt 25, 35-36). Yo también, como tú y como el pequeño Van, quiero reconocer en ellos a mis hermanos y compartir con ellos los bienes de la vida que el Cielo me ha confiado.

Consagración a la Virgen

Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco del todo a ti, y en prueba de mi filial afecto te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, Madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén.

Jaculatoria

Madre del total abandono, me entrego a ti sin reservas.