Mes de María, 20 de mayo

Miércoles 20 de mayo

En su absoluta necesidad y soledad, el pequeño Van recurre a la Virgen para que le ayude a subsistir en aquella casa. A ella recurría cuando tenía que sustraer dinero del cepillo o del párroco para poder pagar las cosas más indispensables. Así lo describe:

« A menudo, no era fácil robar al párroco. Normalmente contaba con la ayuda de la Virgen. Después de haber acudido a ella y de haberle expuesto mi desgracia, me acercaba al cepillo de las limosnas e intentaba extraer algunas monedas. Si alguien me hubiera sorprendido, me habría acusado de robo; pero ante la Virgen, era inocente, ya que me atrevía a tomar este dinero con su permiso. Cada vez que extraje dinero del cepillo de la Virgen, la cosa fue fácil y todo ocurrió según mis deseos.

Un día, no tenía ni papel ni tinta para ir a clase, y eso que tenía que estudiar el doble para prepararme a los exámenes que se acercaban. Tuve que pasar tres largos días en clase condenado a quedarme sentado y a mirar a la pizarra sin nada para escribir la lección […]. En clase, el maestro me amenazó: “Si mañana no traes papel, ¡te expulso!” […]. Recurrí llorando a los pies de la Virgen, explicándola mi desgraciada suerte. Tras mi oración, un pensamiento se presentó suavemente a mi mente. Acercándome al cepillo de la Virgen, observé asomando por su hendidura, un billete de veinte céntimos, más que suficiente para comprar papel y tinta. Gracias a aquel billete pude obtener mi certificado de estudios primarios.

A partir del día en que la Virgen me dio, indirectamente, veinte céntimos del cepillo de las limosnas, ya no me ha faltado casi nada. Ella inspiraba a la gente la idea de darme dinero […]. ¡Ah! ¿Cómo podría alabar dignamente la bondad del corazón maternal de María? No podré jamás olvidarme de sus favores. Es mi Madre. Durante mi vida, no he visto nunca a María bajo apariencias humanas o como en una aparición, pero sentí en mi alma y en mi cuerpo, con una extrema dulzura, los favores que recibí de sus manos invisibles […]. No sé con qué palabras expresarme. No puedo más que decir: “María es mi Madre, y yo soy su hijo” […]. Aunque esté alejado de mi madre carnal, la presencia y la dulce mirada de mi Madre del cielo me acompañan sin cesar. ¡Sí, María me mira con amor y protege cada uno de mis pasos! ¡Oh Madre, permite que yo cante eternamente el amor inmenso de tu corazón materno…! »

Marcelo Van,
Apóstol escondido del Amor Misericordioso
(Autobiografía, 183-185).

Oración a la Virgen

Madre Inmaculada, el pequeño Van acudía a ti en su completa necesidad, para que lo ayudaras incluso en sus necesidades materiales. No teniendo a quien recurrir, ponía toda su confianza en ti. El experimentaba tu cercanía y solicitud maternal. Tu presencia y tu dulce mirada lo acompañaron hasta el final de su vida. Por eso quería cantar sin interrupción el amor inmenso de tu maternal corazón.

Además de dirigirnos a ti como Madre nuestra, tus hijos siempre te hemos invocado como Virgen clemente, Consuelo de los afligidos y Auxilio de los cristianos. Tú eres el amor y el consuelo, con rostro de mujer, que el Cielo envía a nuestra tierra sufriente. 

Hoy quiero pedirte que me acompañes siempre y que yo nunca me separe de ti. Quiero experimentar siempre, incluso en los momentos de oscuridad, de necesidad y de dolor, la ternura de tu cercanía y de tu solicitud maternal. ¡Gracias Madre, refugio en nuestra necesidad!

Consagración a la Virgen

Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco del todo a ti, y en prueba de mi filial afecto te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, Madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén.

Jaculatoria

Madre del total abandono, me entrego a ti sin reservas.