Jueves 21 de mayo
En aquella casa, el pequeño Van tuvo que ver muy malos ejemplos. Van sufría mucho con todo eso, tanto más cuanto que el responsable de aquello era el párroco. ¡Qué diferencia entre este párroco y el de su aldea familiar! Le duele que haya olvidado su dignidad sacerdotal y, sintiéndose responsable de aquello, ofrece su oración y sus sacrificios por él y por las personas que lo frecuentan:
« Creo que Dios ha querido mostrarme claramente estas cosas para que conociera mejor a los sacerdotes, y así poder sufrir y orar más por ellos […]. No es seguro que entre los sacerdotes ordenados haya muchos que comprendan su dignidad como la comprendo yo. Por eso Dios iba a atribuirme el papel de colaborador de los sacerdotes, en lugar de la dignidad sacerdotal […]. Me ha hecho también entender que la misión de orar por los sacerdotes es muy necesaria, pues una vez que el sacerdote se pierde, el mundo puede caer en un estado infinitamente lamentable. Esta es la razón por la que todos los días rezaba especialmente por mi párroco. Le ofrecía al Señor todos los trabajos e insultos que debía soportar, con el fin de que Dios le concediera la gracia de la conversión. Además, suplicaba insistentemente a la Virgen que hiciera todo lo posible para ayudarme a huir de ese lugar […]. Muy a menudo, bajo el efecto del descontento, me sentía tentado a ceder a la cólera y a revelar todo el mal que había constatado en él con mis propios ojos. Pero en aquellos difíciles momentos, fue como si mi madre María hubiera estado allí para consolarme y hacerme olvidar. Sentía en mi alma una gracia que apagaba totalmente el fuego de la ira. Me decía a mí mismo: “Es suficiente, ¿para qué hablar? Debo soportarlo todo para que su dignidad de sacerdote quede salvaguardada y produzca fruto en las almas ».
Marcelo Van,
Apóstol escondido del Amor Misericordioso
(Autobiografía, 226-227).
Oración a la Virgen
Madre Inmaculada, ¡qué amor particular reservas para tus hijos predilectos, los sacerdotes, los otros Jesús en la tierra, donde tu Hijo prolonga su presencia y su acción salvadora! ¡Y cuánto dolor ha de herir tu Corazón a causa de tus hijos sacerdotes que dejando morir el amor a tu Hijo o a sus hermanos los hombres, olvidan su gran dignidad y descuidan su ministerio sacerdotal! También el pequeño Van tuvo que sufrir esto.
Y cuántas veces he mirado yo humanamente a los sacerdotes, olvidando que son una prolongación sobrenatural de tu Hijo en la tierra; cuántas veces me he olvidado, como hermanos míos que son, de sus necesidades materiales y de la necesidad que tienen de amistad, de cariño y del agradecimiento de sus fieles; con cuánta frecuencia, con razón o sin ella, he juzgado o murmurado de alguno de ellos, en lugar de preocuparme por qué motivo habrá respondido así o se habrá comportado de tal o cual manera.
Reina y Madre de los Apóstoles, y Madre mía, ayúdame a verlos como los ves tú, como los veía el pequeño Van, a tratarles con el respeto que Dios quiere, a interesarme por ellos, y a rezar y a ofrecerme por ellos. Hoy quiero ofrecerte la flor de rezar por mi párroco y por aquellos sacerdotes que tu Hijo ha puesto en mi camino a lo largo de mi vida. ¡Gracias por ellos!
Consagración a la Virgen
Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco del todo a ti, y en prueba de mi filial afecto te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, Madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén.
Jaculatoria
Madre del total abandono, me entrego a ti sin reservas.
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