Viernes 22 de mayo
Pobre, sin medios, reducido a un mero siervo en aquella casa, y rodeado de malísimos ejemplos, así se encontraba el pequeño Van. La situación era tan terrible que se escapó tres veces de ella. Así narra Van su segunda evasión:
« Si tomé la resolución de huir, fue con el único objetivo de volver a casa de mis padres, hacerles saber la vida de trabajos forzados que llevaba en la casa parroquial de Huu-Bang, y pedirles que me mandaran a otra parroquia cuyo párroco no se entregara a la bebida y cuyo reglamento fuera correctamente cumplido […]. No pensaba más que en huir, y cada día pedía a la Virgen que viniera rápidamente en mi ayuda para salir de ese lugar de desórdenes. Para ello, había hecho incluso una novena a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro rogándola que arreglara las cosas para que me fuera. La Virgen atendió a mi oración provocando una feliz e imprevista oportunidad […]. Antes de partir, entré en la iglesia para visitar a Jesús, consagrarme a la Virgen y ponerme bajo la protección de las almas del purgatorio […].
Después de dos días de viaje llegué a mi casa, con el corazón dividido entre la alegría y la inquietud. Por más que lo pensaba, no sabía qué hacer para atenuar la culpa de mi huida ante mis padres […]. Apenas entré, mi padre me vio. Al verme triste, sucio, andrajoso, la cara manchada, las manos y los pies tostados por el sol, adivinó, probablemente enseguida, que me había escapado. Me reprendió a gritos y me rechazó como a un vulgar mendigo […]. En ese momento mi madre volvía del mercado. Esperando hallar algún consuelo corrí a echarme en sus brazos, pero retrocedió y me miró fijamente, descontenta, como si no tuviera ninguna piedad hacia mí […]. Recibí un largo sermón, tan duro como el de mi padre. Me sentía rechazado. Sentado en un rincón, no tenía sino lágrimas para gritar mi inocencia. Quería confesar mi huida, pero temiendo ser golpeado por mi padre, trataba de disculparme diciendo que tenía el permiso de visitar a mi familia […]. Nadie en mi familia me creyó. Para saber realmente lo que había ocurrido, mi madre hizo escribir una carta al vicario Nghía […]. Las lágrimas que derramé durante tres días y, como consecuencia de ellas, el terrible mal en mis ojos, calmaron su ira y los llevó a tratar de comprenderme. A partir de ese momento, en vez de reprenderme y mostrarse indiferentes, me consolaron y me cuidaron. […]. Lo que me daba pena es que no me creía en absoluto. Mi madre no podía creer que el Padre Nha se hubiese permitido los malos comportamientos que yo le contaba ».
Marcelo Van,
Apóstol escondido del Amor Misericordioso
(Autobiografía, 224; 269; 293-300).
Oración a la Virgen
Madre Inmaculada, ¡cuántos sacerdotes admirables sirven a tu Hijo y se entregan con fidelidad a la obra de la salvación de los hombres! Pero cuántos también, son motivo de escándalo para los demás. Desgraciadamente, en estos últimos años han salido a la luz casos de abusos que nos han golpeado profundamente y han provocado mucho escándalo. Es verdad que son una minoría en relación con aquellos que son fieles a sus compromisos sacerdotales, pero desgraciadamente hace más ruido un árbol al caer que un bosque entero que crece silenciosamente. También tu pequeño Van tuvo que sufrir por parte de sacerdotes que olvidaron gravemente sus responsabilidad como ministros de Dios y de la Iglesia y se dejaron seducir por el pecado. ¡Pero cuántos otros le dieron también un precioso ejemplo de amor y de entrega a Dios y a los hombres!
Tú siempre ayudaste a Van en todas sus empresas, también cuando quiso romper con el mal y el pecado que le rodeaban. Le diste la fuerza para ser fiel a su conciencia y para afrontar el sufrimiento de la fidelidad. Yo también quiero pedirte que me sostengas en mi lucha contra el mal y el pecado para mantenerme fiel a Dios hasta el final de mi vida.
Consagración a la Virgen
Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco del todo a ti, y en prueba de mi filial afecto te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, Madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén.
Jaculatoria
Madre del total abandono, me entrego a ti sin reservas.
–
–