Domingo 24 de mayo
Van tiene 12 años. Atravesaba un doloroso invierno interior y las circunstancias que le rodaban habían privado a su espíritu de toda alegría. A pesar de eso, jamás le faltaron los consuelos de Dios. Y aunque la pequeña planta de su alma se encontraba aterida de frío y marchita, se acercaba la estación en la que esta delicada planta estaba a punto de producir flores de una incomparable belleza. La noche de Navidad de 1940 fortalecerá su alma para siempre.
« Navidad se acerca y mi corazón grita de alegría cuando lo pienso. Sueño con el momento en que se me dará a contemplar el dulce rostro del Niño Jesús, sonriéndome en la noche. El solo hecho de verlo espiritualmente me conmueve y mi corazón rebosa de amor […].
El sentido misterioso del sufrimiento se me escapaba del todo […]. Dios me hará comprender que el sufrimiento es su santa y misteriosa voluntad, el regalo del Amor. Mi corazón continúa abrumado por el miedo al sufrimiento; sufro, y aunque instintivamente huya del sufrimiento, ya no soy tan cobarde.
La misa de gallo comienza. Mi corazón se prepara con cuidado para recibir a Jesús. En mi alma hay tanta oscuridad y hace tanto frío como en una noche de invierno. Ya no sé en dónde buscar la luz y un poco de amor para calentar la casa vacía de mi corazón. En ese momento sólo Jesús es toda mi esperanza. Suspiro por su venida… y únicamente por su venida. La hora tan deseada llega… Y abrazo a Jesús presente en mi corazón. Una inmensa alegría se apodera por completo de mi alma; estoy fuera de mí, como si hubiera encontrado el más precioso tesoro nunca hallado en mi vida… ¡Qué felicidad y qué dulzura! […]. Dios me ha dado un tesoro, el más preciado regalo del Amor.
En un instante, mi alma fue enteramente transformada. Ya no temía al sufrimiento; al contrario, me alegraba y me complacía en encontrar ocasiones para sufrir. En adelante, mi bandera de conquista ondeará sobre la colina del Amor. Dios me ha confiado una misión: la de cambiar el sufrimiento en felicidad. No suprimo el sufrimiento, sino que lo cambio en felicidad. Sacando fuerzas del Amor, mi vida en adelante ya no será más que fuente de felicidad ».
Marcelo Van,
Apóstol escondido del Amor Misericordioso
(Autobiografía, 438-442).
Oración a la Virgen
Madre Inmaculada, ha llegado el fin de la estación invernal para el pequeño Van y comienza para él la estación de los consuelos. Jesús es su única esperanza, lo anhela y suspira por su venida. Una profunda alegría se apodera de él. Ha recibido “el tesoro más precioso”, el regalo del Amor. En un instante, su alma ha sido transformada. Ha comprendido que el sufrimiento tiene un sentido. Ha dejado de temer al sufrimiento y encuentra gozo en sufrir por Él. Se le ha revelado su misión: cambiar el sufrimiento en felicidad, sacando la fuerza del Amor. Su vida en adelante ya no será más que fuente de felicidad.
Madre Inmaculada, tu Hijo no ha suprimido el mal de este mundo, lo ha vencido en su raíz y nos enseña a nosotros cómo vencerlo también. Lo ha vencido con el Amor. Sí, el mal de este mundo, la mentira, el rencor, el odio, la corrupción, la injusticia, sólo se vence con el Amor, aunque en ocasiones pueda parecernos impotente y todo nos haga pensar que mal prevalece. ¡El Amor vence siempre!, como Jesús ha vencido. La aceptación del sufrimiento que nos provoca el mal, nos libera del miedo que nos paraliza, de la angustia que nos ahoga y de la desesperación que nos roba el sentido de nuestra vida, también del sufrimiento. Nuestra vida sólo encuentra su realización en el amor, aunque antes tengamos que sufrir.
Madre dolorosa, tú no huiste del sufrimiento ni de la cruz. Bebiste su cáliz hasta el final. Y lo venciste como tu Hijo Jesús, como los mártires, como los santos, como Van, oponiéndole la fuerza suprema del Amor. Venciste amando, amando a Dios, amando la verdad, amando la justicia, amando a los hombres que crucificábamos al Hijo de Dios, que era al mismo tiempo tu Hijo. Ayúdame a superar la tentación de responder al mal con el mal y a vencer el mal en mi corazón, y a mi alrededor, como lo hiciste tú, con el Amor.
Consagración a la Virgen
Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco del todo a ti, y en prueba de mi filial afecto te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, Madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén.
Jaculatoria
Madre del total abandono, me entrego a ti sin reservas.
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