Lunes 25 de mayo
El pequeño Van, fortalecido por el Señor, vuelve a la casa parroquial de la que se escapó. En ella reinaba el desorden, la ausencia de normas y el escándalo. Un día fue a sentarse en un rincón de la sacristía. De pronto, una película comenzó a proyectarse en su mente. Van recibe una visión y con ella la misión de luchar por restablecer, custodiar y hacer reinar la pureza y la piedad entre sus compañeros más pequeños, convirtiéndose así en apóstol de los niños y guardián de la inocencia:
« Vi desplegarse bajo mis ojos todo un mundo de pecados, sobre todo en contra de la castidad. Lo que más me asustó fue ver que niños sinceros como yo, caían también y se encontraban cubiertos de suciedad… El sólo hecho de ver este espectáculo me provocó tanto miedo que me empapé de sudor. […] Le presenté a Dios la siguiente pregunta en forma de oración: «Dios mío, ¿qué quieres que haga aquí?» Ninguna voz me respondió; ninguna señal tampoco que pudiera hacerme conocer su voluntad […].
Esta “película” siguió proyectándose y poco a poco me introdujo en otro mundo compuesto solamente por santos que habían guardado la virginidad y que habían llevado, la mayoría de ellos, una vida muy sencilla. Pero ¿qué fue lo que les protegió para que pudiesen llevar una vida tan pura y tan bella? […]. Reflexioné sobre la pregunta que acababa de hacerme y concluí: si los santos han podido conservar sus corazones perfectamente puros, es sin duda porque ofrecieron a la Virgen el voto de virginidad. Lo mismo ocurrirá conmigo. Yo también quiero mantenerme virgen como los santos, y debo jurar vivir como ellos, a pesar de todas las pruebas y sufrimientos […].
Me levanté deprisa y entré rápidamente en la iglesia. Ahí me arrodillé ante la imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, y con las manos puestas en el altar y la mirada fija en mi Madre María, me dirigí a ella con las siguientes palabras: «Oh Madre, hago voto de guardar la virginidad, como tú, durante toda mi vida». Apenas pronunciadas estas palabras, sentí mi corazón inundado de una alegría imposible de describir. Incapaz de contenerme, salí inmediatamente de la iglesia. Tenía la seguridad de que de allí en adelante la Santísima Virgen sería la guardiana de mi virginidad, puesto que le había hecho el voto de guardarla perpetuamente. En adelante mi vida será su vida,mis penas serán las suyas y mi papel será permanecer siempre acurrucado bajo su manto inmaculado. Al salir de la iglesia, me puse a saltar y a correr en todas direcciones, como la blanca espuma que danza al pie de una cascada ».
Marcelo Van,
Apóstol escondido del Amor Misericordioso
(Autobiografía, 463-464).
Oración a la Virgen
Madre Inmaculada, el mundo desprecia y ridiculiza el valor de la inocencia, de la pureza y de la castidad, y exalta el placer, el egoísmo, incluso la trivialidad y la inmoralidad en las modas, en el vestir, en el hablar, en las costumbres, en la cultura, en nombre de una falsa idea de la libertad y de la felicidad, sin ninguna relación a la verdad profunda del hombre, al designio de su Creador, que lo creo hombre y mujer, el uno para el otro, para encontrar en el amor casto, liberado del egoísmo, la complementariedad y la unidad.
Van defendió con determinación su pureza y la de sus compañeros, la del corazón y la del cuerpo. El Espíritu Santo le reveló que la castidad custodia el amor auténtico y lo protege del egoísmo y de la manipulación. El sueño que recibió, le impresiona profundamente, y le da la misión y la determinación para luchar por su pureza y por la de la casa de Dios en la que viven, pero donde se ofende a Dios con la impureza. Comenzó consagrando su pureza a la Virgen. Después comprendió que para luchar por la pureza donde vivían, debía ayudar a sus compañeros a vivir una vida de piedad, cuidando la oración, pues sin ella no se tiene la fuerza para resistir los embates de la tentación. La lucha por la pureza exige un combate que no se puede librar sin amar y respetar los mandamientos y sin una vida de oración.
Madre purísima, Madre castísima, como te invocamos en las letanías del Rosario, tu resplandeces de hermosura por tu pureza. Tú que sostuviste a Van desde niño en el combate contra la impureza, ayúdame y ayúdanos a todos, especialmente a los adolescentes y a los jóvenes, a que descubramos el valor y la importancia de la castidad y de la pureza para poder construir, frente a la cultura del egoísmo, del hedonismo y de la barbarie, la cultura de la civilización del amor.
Consagración a la Virgen
Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco del todo a ti, y en prueba de mi filial afecto te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, Madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén.
Jaculatoria
Madre del total abandono, me entrego a ti sin reservas.
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