Viernes 29 de mayo
Desde los siete años, el pequeño Van estuvo firmemente resuelto a llegar a ser un sacerdote perfecto, entregado totalmente al Amor de Dios, un verdadero apóstol dispuesto a cualquier renuncia o sacrificio. No retrocedió ante ninguna dificultad. Su única razón de vivir era Dios. Pero el Señor tenía otros planes para su pequeño Van: Ser apóstol escondido del amor por el sacrificio y la oración, la fuerza vital de los apóstoles misioneros. Santa Teresita se lo comunicará:
« Van, hermanito mío, tengo algo que decirte, pero temo que te entristezca […]. ¿Me prometes no entristecerte? Con esta condición, me atreveré a hablarte […].Van, mi querido hermanito, Dios me ha hecho saber que no serás sacerdote. […]. El estado sacerdotal es un estado sublime, pero es imposible abrazarlo fuera de la voluntad de Dios. Ante todo, y por encima de todo, el estado que prima por encima de todos los demás es conformarse enteramente a la voluntad de nuestro Padre Celestial […]. Vamos, hermanito, a pesar de que no seas sacerdote, tienes un alma sacerdotal, vives una vida sacerdotal, y tus deseos de apostolado, que te proponías realizar en el estado sacerdotal, los realizarás como si fueras realmente sacerdote. En eso no hay ninguna dificultad para el poder de Dios. Cree que Dios, infinitamente poderoso y justo, no puede nunca rechazarel deseo de un alma justa que quiere realizar grandes cosas por Él. Sí, creo firmemente que tu anhelo del sacerdocio es muy agradable a Dios. Y si Dios no quiere que seas sacerdote es para introducirte en una vida escondida en la que serás apóstol por el sacrificio y la oración, como lo he sido yo antes. En realidad, la voluntad de Dios no es cruel. Dios te conoce mejor de lo que tú te conoces a ti mismo […]. Por eso, en su sabiduría, Dios ha tenido que organizar las cosas para que puedas desempeñar sin retraso tu apostolado en este mundo. Hermanito, alégrate y sé feliz de haber sido contado entre los “Apóstoles del Amor de Dios” que tienen el privilegio de estar escondidos en el Corazón de Dios para ser la fuerza vital de los Apóstoles misioneros. ¡Oh hermanito! ¿Puede haber felicidad mayor que esta? […] Cuando entiendas tu vocación y la gracia excepcional que Dios te ha concedido, serás tan feliz que no sabrás qué palabras utilizar para agradecérselo […]. Siempre tendrás como misión ser el “Apóstol escondido del Amor” ».
Marcelo Van,
Apóstol escondido del Amor Misericordioso
(Autobiografía, 648-652).
Oración a la Virgen
Madre Inmaculada, el pequeño Van tenía desde muy niño el deseo de consagrarse a Dios y de poner su vida a su servicio para hacer conocer su amor a todos los hombres. Siendo tan pequeño, el modo como él concebía esa llamada interior no era otro que el sacerdocio. Por eso luchó heroicamente desde niño para alcanzar su ideal. Pero Jesús tenía otros planes para él: ser, como su hermana Santa Teresita, Apóstol Escondido del Amor Misericordioso por una vida escondida de oración y de sacrificio. Se convertiría así en la fuerza vital de los apóstoles misioneros.
La vocación sacerdotal no es una vocación para todos. “Nadie puede arrogarse esa dignidad si no es llamado por Dios” (Hb 5, 4). No es una “ocupación” más en la Iglesia, o una “posición de poder” que los varones se arrogan con exclusividad, de forma discriminatoria para la mujer. Desde la última cena, donde nuestro Señor Jesucristo instituye el Sacerdocio, es un don que Él concede a algunos para el servicio de su Reino de Amor en el mundo. Así lo ha establecido Él, y como definió San Juan Pablo II, la Iglesia no tiene ninguna autoridad para cambiar algo que Dios mismo ha instituido por medio de su Hijo.
El pequeño Van no descubrió esta verdad sin sufrimiento. Pero este sufrimiento, como el que le acompañó durante su vida, fue realización de su propia misión. Esta es la misión de todos los bautizados, que hemos sido constituidos, como dice Jesús, en “casa de oración” (Mt 21, 13), o como dice el Apóstol Pedro, en “casa espiritual, sacerdocio santo”, “linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido por Dios” para ofrecer sacrificios espirituales (1Pe 2, 5). Es decir, para ser apóstoles por la oración y el sacrificio, intercediendo por el mundo y ofreciendo nuestra vida a Él “como hostia viva, santa, agradable a Dios” (Rom 12, 1).
Madre del sí, que acogiste perfectamente la voluntad del Padre para colaborar con Él en la Redención del mundo, que recibiste al Espíritu Santo y lo custodiaste en tu Corazón Inmaculado, convirtiéndote en “morada de Dios por el Espíritu” (Ef 2, 22), que te hiciste una con el Redentor, convirtiéndote así en Corredentora de la humanidad, tu que eres la imagen perfecta de la Iglesia, intercede por mí para que yo también, como lo fuiste tú, como lo fue Santa Teresita, como lo fue Van, llegue a ser una ofrenda pura para Dios, de tal modo que mi voluntad llegue a estar perfectamente unida a la Suya y por mis pensamientos, mis deseos y mis obras, por la oración y el sacrificio, llegue a ser apóstol del Amor Misericordioso de tu Hijo.
Consagración a la Virgen
Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco del todo a ti, y en prueba de mi filial afecto te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, Madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén.
Jaculatoria
Madre del total abandono, me entrego a ti sin reservas.
–
–