Sábado 30 de mayo
Desde que Santa Teresita le recomendó recurrir a la Virgen para saber en qué congregación le quería Dios, Van siguió su consejo. Investigó qué órdenes había y cada día iba varias veces al altar de la Virgen a pedirle ayuda, pero no halló respuesta. Estaba inquieto y turbado. Entonces, la Virgen le envió un sueño muy dulce. En él, alguien se acercó a la cabecera de su cama y lo llamó:
« Percibí claramente los rasgos de su rostro sereno y sonriente. Me miraba con cariño; la belleza de su persona era tal que tenía el aspecto de un suavísimo rayo de luz. Al ver tal belleza, me volví bruscamente sobre la espalda para poderla contemplar más cómodamente, y di un grito de alegría: “¡Oh, Virgen Santísima! ¡Qué hermosa eres!”. Su dulce mirada descansaba sobre mí, y yo miraba con avidez a este personaje sin pestañear […]. Viendo que yo dejaba traslucir cierto temor, el personaje me acarició la cabeza con su mano derecha y con su sonrisa parecía decirme: “¡No tengas miedo!” […]. No me atrevía a preguntar a este personaje quien era, porque a mi parecer no había duda: sólo Nuestra Señora de los Siete Dolores podía vestirse así, toda de negro. Sin embargo, aún dudaba un poco debido al gorrito, que tenía una forma un poco extraña […]. Sin decirme quién era, se contentaba con sonreír y con acariciarme del modo más afectuoso. Luego vi como su rostro se iluminaba aún más y todo su cuerpo irradiaba una belleza resplandeciente […]. El personaje me hizo delicadamente esta pregunta: “Hijo mío, ¿quieres?” […]. Respondí espontáneamente: “¡Oh Madre, sí, quiero!” […]. Al instante de contestarle, lo vi saludarme con un gesto de su cabeza y retirarse lentamente, caminando de espaldas hacia la sala de estudio, sin dejar de mirarme fijamente, sonriéndome con mucha bondad… A pesar de mi asombro, me sentí invadido por una inmensa alegría que parecía atraerme hacia él. Entonces, quise levantarme a toda prisa para correr tras él… Pero ¡oh, decepción!, el feliz sueño se había desvanecido… ».
Marcelo Van,
Apóstol escondido del Amor Misericordioso
(Autobiografía, 658-663).
Oración a la Virgen
Madre Inmaculada, el pequeño Van te pidió que le mostraras el lugar que el Padre había elegido ya para él y que tanta dificultad tenía en encontrar. Tú le enviaste la respuesta a través de un sueño. En ese momento no respondió claramente a su pregunta, pero le consoló interiormente. Posteriormente se le clarificaría. No eras tú, la Virgen de los Dolores, pero él no lo sabía. Aunque el sueño no era totalmente claro para él, sabía que habías venido desde el cielo y lo habías llamado. Y él, con su vehemencia e impulsividad, no pudo responder más que: “¡Oh Madre, sí quiero!” Más tarde se le revelaría quien venía de tu parte.
Así es el camino de la fe. A veces Dios interviene de tal manera en nuestra vida que tenemos la certeza absoluta de que Él está con nosotros y ha actuado. Otras veces nos da signos que nos invita a acoger en la fe, pero sin privarnos de la oscuridad que la propia fe impone. El camino de la fe es a la vez luminoso y oscuro. Sabemos que Él está con nosotros, pero reclama nuestra fe, nuestra confianza. A veces pone a prueba nuestra fe. Los momentos de oscuridad en los que ya no le sentimos, en el que ya no le vemos, en los que parece esconderse, son los momentos en los que nos llama a una fe decidida, más madura: “Dichosos los que crean sin haber visto” (Jn 20, 29).
Madre del Sí, Mujer de la fe, Madre del total abandono, que te entregaste a Dios en la luz, en la penumbra y en la oscuridad de la fe, que avanzaste en la peregrinación de la fe, atravesando su noche oscura, abandonándote continuamente en Dios, aun cuando no todo era claro para ti, que aceptaste el riesgo de creer experimentando la fatiga del corazón, sostenme con tu amor materno en mi caminar e intercede por mí para que, como tú, como todos los santos, como Van, me abandone en Dios en cada momento de mi vida y pueda realizar el designio de amor para el que Él me ha llamado. Me entrego a ti para que tú me conduzcas a ese abandono. Madre del total abandono, me entrego a ti sin reservas.
Consagración a la Virgen
Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco del todo a ti, y en prueba de mi filial afecto te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, Madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén.
Jaculatoria
Madre del total abandono, me entrego a ti sin reservas.
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