Lunes 4 de mayo
Van pasó una temporada en casa de su tía. Su madre tuvo que distanciarlo de su hermana recién nacida, para protegerla, porque Van jugaba todo el tiempo con ella e intentaba compartir con ella sus chuches. Pero podía ir de vez en cuando a su casa familiar. Entonces jugaba con su hermana, rezaba con ella y le enseñaba a rezar el Ave María. Así describe el pequeño Van estos días en su casa familiar:
« Durante mi estancia en casa de mi tía, tuve permiso para visitar de vez en cuando a mi hermanita […]. A mi hermanita le pusieron el nombre de Tê. Lo escogieron intencionadamente por estar vinculado a mi nombre, Van, y para darle así todo su significado [Van significa “oración” y Te “ofrenda”]. Los días que pasaba en casa, me gustaba quedarme al lado de mi hermanita para jugar con ella; le enseñaba a santiguarse y a pronunciar el nombre de María. Mi deseo más grande era que aprendiera a hablar pronto, para que así pudiera rezar el rosario con ella. Sin embargo, aquellos pocos días pasaban demasiado rápido. Sólo me permitían quedarme con ella una semana; después tenía que alejarme de nuevo y volver a la casa de mi tía para dos o tres meses más […]. Allí tenía la oportunidad de escalar las lomas y de ir en barca cuando llegaba la temporada de las lluvias. De vez en cuando, cuando hacía un buen día, mi tía me permitía acompañar a mis primos a los sembrados para divertirme. Y mientras ellos trabajaban, yo escalaba solo la colina.
La primera vez, tuve un poco de miedo, pero después me fui acostumbrando poco a poco, de manera que prefería trepar hasta los picos más altos para que mi vista pudiese ver más lejos. Y como aquellos puntos elevados me parecían que estaban más cerca del cielo, deseaba rezar mi rosario más cerca de la Virgen. En aquel tiempo no sabía todavía mirar al cielo para meditar, me conformaba con mirarlo para rezar el rosario. En mi mente siempre tuve la convicción de que la Virgen me miraba más fácilmente que cuando me quedaba en casa».
Marcelo Van,
Apóstol escondido del Amor Misericordioso
(Autobiografía, 70-72).
Oración a la Virgen
Madre Inmaculada, el pequeño Van vivía una relación personal y continua contigo, de forma tan natural que formabas parte de toda su vida, también de sus juegos, de sus relaciones con su familia, y muy particularmente de su pequeña hermanita. Con ella jugaba, rezaba, y le enseñaba a rezar. Quería que creciera y aprendiera a hablar para poder rezar con ella el rosario. También le gustaba escalar las colinas para desde allí, en la soledad y quietud de las alturas, estar más cerca del cielo y poder rezar su rosario más cerquita de ti. No sabiendo aún meditar, siendo tan pequeño para considerar y profundizar en los misterios de la fe, dirigía su mirada de niño al cielo y uniéndose a ti y a tu Hijo Jesús rezaba los misterios del rosario, que son los misterios de la vida de Jesús y de nuestra salvación. Allí, en las alturas donde reina el silencio, podía experimentar especialmente tu mirada maternal, y en ella, la alegría de la Madre que contempla a su pequeño.
Yo también quiero vivir en este día, como Van, en tu presencia, en tu compañía, en tu amor. Quiero compartir contigo todo lo que soy, todo lo que tengo, todo lo que amo, y todo lo que hecho, todo lo que tengo entre manos y todo lo que voy a hacer. Yo sé que estás conmigo y que tu mirada maternal se inclina sobre mí a cada instante, contemplándome con amor de Madre, abrazándome, protegiéndome, llamándome a renunciar al mal que se me insinúa y que desgraciadamente también dejé entrar en mi corazón, y que desde dentro me hace la guerra. Ayúdame a rechazarlo para poder vivir como un verdadero hijo tuyo, en tu amor. Ayúdame a responder a tu deseo de que rece cada día el rosario. ¡Cuántas veces nos lo has pedido cuando te has aparecido entre nosotros! ¡Cuántas veces nos lo has dado, para que salgamos victoriosos en los combates de la vida! ¡Cuántas veces nos has invitado a colaborar contigo, mediante su rezo, en la salvación de nuestros hermanos los hombres, especialmente de aquellos que no conocen tu amor y el de tu Hijo! ¡Cuántas promesas maravillosas has querido asociar a la oración asidua del rosario! Yo también, como Van, quiero acoger tu amor con esta oración y ayudarte en la salvación de mis hermanos los hombres, especialmente de los que no han descubierto aún tu misericordioso amor y el de tu Hijo. ¡Te quiero, Madre!
Consagración a la Virgen
Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco del todo a ti, y en prueba de mi filial afecto te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, Madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén.
Jaculatoria
Madre del total abandono, me entrego a ti sin reservas
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