Mes de María, 5 de mayo

Martes 5 de mayo

A punto de cumplir los seis años, y su hermanita Ana María Tê tres,  su exilio terminó para él. Le permitieron regresar a casa y vivir junto a su querida hermanita. A esta felicidad se añadirá también la de su preparación para la primera comunión. Este tiempo duró seis meses. A parte de Jesús, nadie podía comprender el gozo que en ese momento inundaba su alma. Pero como dijo él, antes de disfrutar del gozo de recibir a Jesús, tuvo que soportar una larga prueba, de manera que fue necesario un milagro para que se cumpliera el anhelo de su corazón. Así lo relata:

« El primer obstáculo era mi corta edad. Según decían todos, yo era demasiado pequeño para entender y para recibir dignamente un Sacramento tan grande. Sólo mi madre se atrevía a afirmar que, a pesar de mi pequeña estatura, estaba preparado para hacer la primera comunión […]. Tuvo que llevarme con el Padre Nghia para contarle todo. El Padre Domingo Nghia me interrogó un poco sobre la misa y la eucaristía. Al darse cuenta de que podía contestar claramente, me felicitó. Sin embargo, dudaba admitirme para la primera comunión, que se administraría próximamente. Por eso dijo a mi madre: “Este pequeño es muy inteligente, como su hermana Lê, pero veo que todavía es muy joven y temo algún inconveniente. Sin embargo, déjeme probar. A partir de hoy, mándelo cada noche a la clase de catequesis con los otros niños para que aprenda aún más su catecismo y pueda verificar si lo conoce suficientemente”.

Aquellas palabras del párroco no aumentaron mis esperanzas. Volví con mi madre mostrando mi preocupación. No podía detener mis lágrimas pensando que quizás mi anhelo no se cumpliría […]. Pasamos por delante de la iglesia y me invitó a entrar diciéndome: “Basta, Dios se encargará de todo. Entremos a rezar el rosario para pedir a la Virgen que se ocupe de este asunto. En cuanto a ti, estate siempre dispuesto y pide a María que te ayude a prepararte fervorosamente. Prométele no perder ninguna ocasión de sufrir con alegría y de ofrecérsela, para que, que gracias a María tu alma llegue a ser bella y digna de recibir a su Hijo Jesús, que vendrá a visitarte y a vivir en ti”. Sequé mis lágrimas y seguí a mi madre hasta la iglesia. Tras rezar el rosario me sentí inmediatamente con el corazón ligero. Entonces prometí a la Virgen lo que me había aconsejado mi madre. Hasta me atreví a hablarle así: “Si el día de la primera comunión de los niños mi corazón se queda vacío de Jesús, seguro que me atacará una tristeza mortal y ya no tendré la fuerza de vivir”. Entonces le pedí un milagro, suplicándole con ardor que trajera a Jesús a mi alma. Si no, habría de llevarme al cielo ese mismo día, porque en ese día Jesús y yo debíamos unirnos en la tierra o en el cielo. Si ella hacía bajar a Jesús sobre mi alma, le evitaría tener que llevarme al cielo ».

(Marcelo Van,
Apóstol escondido del Amor Misericordioso,
(Autobiografía, 77-78).

Oración a la Virgen

Madre Inmaculada, ¡qué deseos tan grandes tenía tu pequeño Van de recibir a tu Hijo Jesús en la comunión y cuánto sufrió pensando que quizá no le podría recibir! ¡Y cuántos hijos tuyos no podemos recibir en este tiempo de pandemia la comunión sacramental! Madre, aviva en este tiempo en mi alma el hambre de Jesús, el hambre de recibirle, ¡el hambre del Pan de la Vida!, no sea que cuando lo reciba lo haga sin hambre de Él o poca hambre, y no pueda aprovechar, o aproveche escasamente mis comuniones. Pon en mí el deseo de tu Hijo, el deseo con que tú lo recibiste, primero en tu Corazón Inmaculado, anhelando su venida, después como fruto de tus entrañas en tu seno, más tarde como Maestro tuyo, siguiéndolo por los caminos de Galilea hasta Jerusalén, hasta la cruz, para recibirlo resucitado en la Santa Eucaristía con los Apóstoles y la primera comunidad cristiana. Enséñame a recibir dignamente al Hijo de Dios en mi alma, a prepararme adecuadamente para ello, como se lo pidió al pequeño Van su madre, con una vida de fe y de oración, arrepintiéndome de mis faltas y pecados y confesándome periódicamente para tener mi alma limpia y libre de pecado para él, sin desaprovechar ninguna ocasión para sufrir con alegría, ofreciéndote ese pequeño o grande sufrimiento para que mi alma llegue a ser bella y digna de recibir a tu Hijo Jesús.

Consagración a la Virgen

Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco del todo a ti, y en prueba de mi filial afecto te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, Madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén.

Jaculatoria

Madre del total abandono, me entrego a ti sin reservas