Mes de María, 6 de mayo

Miércoles 6 de mayo

Los seis meses de preparación pasaron con rapidez. Unos días su corazón de niño estaba alegre y otros triste. Cuanto más se acercaba el día, más inquieto se sentía, porque no sabía si haría o no su primera comunión. Sin embargo, se había preparado con mucho fervor; le habían confeccionado ropa nueva y su alma se había preparado y adornado también para recibir a Jesús. El pequeño Van esperaba con ansiedad la noticia de la venida de Jesús a su alma. En todo ese tiempo se confió a la Virgen para que ella le ayudara a prepararse bien. Ella era “el lugar de su esperanza”. Iba cada día a la Iglesia y le ofrecía sus oraciones, especialmente el Santo Rosario. ¡Y sólo tenía 6 años! Así lo relata:

« Sólo pude confiar en María, yendo cada día a suplicarle y a ofrecerle los rosarios que rezaba con amor y fervor. Ante todo, ella es el lugar de mi esperanza […]. No sé por qué, pero cuanto más se acercaba la hora, menos veía yo acercarse para mí ese momento. Estaba desanimado […]. Sin embargo, confiaba siempre en la bondad de mi Madre del cielo, e iba cada día a desahogar mi corazón en el suyo. María entendió muy bien mis sentimientos y me concedió cosas más allá de mis deseos.

La víspera del día previsto para las primeras comuniones, me acerqué por primera vez al confesionario para confesar mis pecados. Era también la primera vez en que sentía palpitar tanto mi corazón, hasta tal punto de que no podía hablar. Además, era tan pequeño que, incluso quedándome de pie y con la cabeza levantada, no alcanzaba la rejilla del confesionario. Sin sospechar que era yo, el párroco, irritado, pensó que se trataba de algún niño revoltoso que había entrado para molestar a los demás. Me despidió con severidad y salió inmediatamente del confesionario para mirar. Al verme, lo comprendió todo y me envió a buscar un reclinatorio para que me pusiese de pie sobre él. Sólo entonces me atreví a confesar todos mis pecados, tímidamente, pero con un corazón sincero. Lo confesé todo, incluso haber arañado a la criada cuando era pequeñito […]. Me animó a amar a la Virgen con todo mi corazón, y a continuación, al darme la absolución, añadió: “Te doy permiso para comulgar mañana…”. ¡Ah! Mañana… “Comulgar…”. Esta palabra golpeó mi oído como el ruido de una gran ola; fue como un rayo luminoso que atravesó las tinieblas de mi corazón. Estaba tan contento que me olvidé de todo. Tuve que pedirle al confesor dos veces que me repitiera la penitencia que me había impuesto; y si no me hubiese dicho que me arrodillara para el acto de contrición, lo habría olvidado también ».

(Marcelo Van,
Apóstol escondido del Amor Misericordioso
(Autobiografía, 78; 83-84).

Oración a la Virgen

Madre Inmaculada, ¡con qué amor a tu Hijo esperó y se preparó el pequeño Van para recibirle! ¡Con qué confianza filial te buscaba y descargaba en ti su corazón de niño, con la esperanza de que le alcanzaras la gracia de poder recibir a tu Hijo Jesús! ¡Con qué delicadeza de alma y de corazón te pedía con el rezo del Santo Rosario que prepararas su corazón para recibirle! En su ansiedad, en su desanimo, ¡tú eras el lugar de su esperanza! ¡Con qué atención a tu Hijo y a su corazón, y con qué sensibilidad, se acercó por primera vez al Sacramento de la Confesión para disponerse perfectamente a recibir a tu Hijo! Quería hacerlo con un corazón limpio y puro para acoger a tu Hijo en el templo de su corazón. ¡Con qué esmero lo limpió y lo adornó! ¡Y con qué alegría recibió la noticia de que podía recibir a Jesús!

La delicadeza de este pequeño Van de seis años me llena de asombro y de admiración, y también un poco de vergüenza, por no haberme preparado mejor en mi vida para recibir a Jesús, por las veces que por pereza, comodidad o por no ponerle en el primer lugar de mi vida, dejé de asistir a Misa y de recibirle; por tantas veces en que he estado temporadas sin comulgar, en lugar de confesarme pronto y recibirle; por tantas comuniones que he hecho en mi vida sin atención a Él ni a mi corazón, recibiéndole sin confesarme y sin la debida humildad, sólo por “cumplir” el precepto, con mil egoísmos, con mis concupiscencias terrenas, con cuentas pendientes con Él y con los demás, esperando que acabara la misa cuanto antes para volver a mis cosas, ¡sin desear de verdad comulgar para quedarme con Él!

Madre, enséñame con el pequeño Van a esperar a tu Hijo en cada comunión, a confesarme al menos una vez al mes para tener mi alma limpia, en orden, y bien arreglada para Él, a preparar mis comuniones con tiempos de oración, especialmente con el rezo del Santo Rosario y con la lectura de la Palabra de Dios. Yo también quiero que cada comunión sea una fiesta, la fiesta del amor que el Padre prepara al pequeño hijo de su amor.

Consagración a la Virgen

Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco del todo a ti, y en prueba de mi filial afecto te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, Madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén.

Jaculatoria

Madre del total abandono, me entrego a ti sin reservas