Mes de María, 7 de mayo

Jueves 7 de mayo

La tarde en que recibió la noticia de que al día siguiente realizaría su primera comunión, no tenía más que un deseo: que ese momento llegara cuanto antes. Pidió a Jesús que viniera a él bajo la forma de un niño pequeño, para que pudiera manifestarle del modo más natural posible, su amor de niño. No jugó con nadie, se quedó junto a su madre para escuchar sus consejos y prepararse así a su comunión;  entró también en la iglesia para rezar el rosario y pedirle a la Virgen que aumentara su fervor. Aquella noche no durmió casi, esperando que el gallo anunciara el nuevo día para levantarse. Así describe Van su primera comunión:

«  Ya es la hora. El minuto tan deseado ha llegado. Me acerco a la mesa de la comunión con el alma desbordante de alegría. No dejo de recordarle sin parar a Jesús, que venga a mí bajo la forma de un niñito pequeño. Sostengo muy apretada en mi mano la vela encendida, símbolo del fuego del amor que arde en mi alma. Y al mismo tiempo, no dejo de mirar de reojo hacia la derecha, de vez en cuando, para ver cuántos niños hay antes que yo. Por fin llega Jesús. Saco lentamente la lengua para recibir el Pan del Amor. Mi corazón siente una alegría extraordinaria. No sé qué decir, tampoco puedo llorar para expresar toda la felicidad que embarga mi alma. De hecho, mi alma en ese momento estaba como sumergida en las delicias del Amor. Si no hablaba, era únicamente porque no encontraba palabras para expresarme. Y algo más, mi alma estaba como extasiada ante la inmensidad de Dios, ante quien soy solamente una nada indigna. Y si me doy cuenta de que todavía existo, mi ser no es otra cosa que Jesús existiendo en mí. ¡Ah! En un instante he llegado a ser como una gota de agua perdida en el inmenso océano. Ahora no queda nada más que Jesús. Y yo no soy más que la pequeña nada de Jesús. Es decir, que he llegado a ser Jesús y Jesús uno conmigo. Al recibir a Jesús fueron colmados todos mis deseos ».

Marcelo Van,
Apóstol escondido del Amor Misericordioso,
(Autobiografía, 88-89).

Oración a la Virgen

Madre Inmaculada, hoy el pequeño Van nos sorprende de nuevo con su amor a Jesús en la Eucaristía, con su delicadeza de alma, con su deseo vivo de recibirle en la comunión, con su fe en que en la comunión se hace uno con Jesús. ¡Qué madurez cristiana en un niño de seis años!

En este jueves, día eucarístico y sacerdotal, quiero dar gracias al Señor, contigo y con el pequeño Van, por los incomparables dones de la Eucaristía y del sacerdocio.

Por la Santa Eucaristía, en donde Él ha querido quedarse con nosotros como alimento de vida eterna en esta vida, como consuelo y fortaleza en los sufrimientos de la vida, y como sostén de nuestra esperanza y anticipo de la vida eterna. Madre, ayúdame a alimentar en la oración mi amor a tu Hijo en el Sacramento. No permitas que la lámpara de la fe y del amor se apague en mí, ni que sea tan débil que ya casi no me alumbre. Ese día, mi amor a Jesús en la Eucaristía correrá el riesgo de apagarse y morir y ya no podré admirarme de todo un Dios que viene a mí bajo las apariencias de un poco de pan y de vino.  Mi amor por Él se enfriará y morirá. ¡Lléname, Madre, de gratitud y de amor a tu Hijo en el Sacramento!

También quiero dar gracias contigo y con el pequeño Van por el don del sacerdocio, por tantos y tantos hijos predilectos tuyos que viven fielmente su entrega, su consagración y su ministerio sacerdotal. Quiero pedirte en este día que los acompañes en sus soledades, los envuelvas en tu amor maternal, intercedas por ellos, les ayudes en sus necesidades, los sostengas en su entrega a tu Hijo y a las almas que Él les ha confiado, y seas su consuelo y su alegría. Ayuda también a aquellos que, olvidando su dignidad y el ministerio que han recibido, han dejado enfriar en sus corazones el amor a tu Hijo y se han convertido en meros funcionarios de servicios religiosos o parroquiales. ¡Atráelos a tu corazón maternal y haz que el fuego del amor a tu Hijo y del celo por la salvación de las almas arda de nuevo en sus corazones!

Consagración a la Virgen

Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco del todo a ti, y en prueba de mi filial afecto te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, Madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén.

Jaculatoria

Madre del total abandono, me entrego a ti sin reservas