Van y Teresita, dos almas hermanas
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Teresita dialoga por primera vez con su “querido hermanito”
Una mañana, a los pocos días de su encuentro con ella en su “Historia de un alma”, al salir el sol se lanza a correr dando saltos alegría en dirección a una cercana colina, cantando a voz en grito todos los cantos que conoce. Al llegar al pie de la colina, se deja caer, permaneciendo inmóvil con los ojos clavados sobre el sol naciente.
En ese instante, oye una voz que le llama: «Van, Van, ¡querido hermanito mío». Por segunda vez vuelve a sonar cariñosamente la misma voz femenina en sus oídos. Extrañado, pero no asustado, da un grito de júbilo: «¡Oh! ¡Es mi hermana Teresita!». La respuesta no se hace de esperar:
«Sí, soy tu hermana Teresita que está aquí. Nada más escuchar tu voz, comprendí tu corazón sencillo y puro. Vengo a responder a tus palabras que acababan de resonar en mi corazón. ¡Hermanito! Desde ahora del mismo modo que me has elegido personalmente para ser tú hermana mayor, tú serás mi hermano pequeño. A partir de este día nuestras dos almas ya no estarán separadas por ningún obstáculo, como lo estaban antes; están unidas en el sólo Amor de Dios. Desde ahora te comunicaré todos mis hermosos pensamientos sobre el amor, todo lo que ocurrió en mi vida y me transformó en el Amor infinito de Dios. ¿Sabes por qué nos encontramos hoy? Dios mismo, es quien nos facilitó este encuentro. Quiere que las lecciones de Amor que me enseñó en lo secreto de mi alma, se perpetúen en este mundo; por eso se dignó elegirte como pequeño secretario para ejecutar el trabajo que desea confiarte. Pero antes de esa elección, quiso este encuentro para que conocieras, a través de mí, tu preciosa misión. Van, hermano mío, del mismo modo que me consideras una santa según tu deseo, del mismo modo eres realmente para mí un alma enteramente según mi deseo.
Dios me ha permitido conocerte desde hace mucho, es decir, antes que existieras todavía. Tu vida apareció en la mirada misteriosa de la Divinidad, y yo, te vi en la luz procediendo de aquella mirada misteriosa. Te vi, y Dios me confió que te cuidara como el Ángel custodio de tu vida. Estaba contigo, siguiéndote paso a paso, como una madre al lado de su hijo. Grande fue mi alegría viendo en tu alma elementos de semejanza perfecta con la mía, y una concepción del Amor que no se diferenciaba en nada de la mía. Eso es un efecto del Amor Divino, que en su sabiduría lo ha dispuesto así» (Aut. 589-591).
A continuación, Teresita empieza a hacer comprender a su querido hermanito hasta qué punto Dios es Padre, un Padre de quien no hay que tener miedo, un Padre en quien se ha de confiar enteramente:
«Jamás tengas miedo de Dios. Él sólo sabe amar y no tiene más deseo que ser amado. No temas tener un trato familiar con Dios, como se le tiene a un amigo. Si le llamas Padre, entonces tienes que mostrarte su hijo. Cuéntale lo que quieras: el juego de las canicas, la ascensión de una montaña, las bromas de tus compañeros; y si te enfadas con alguien, díselo también a Dios con toda sinceridad. A Dios le encanta escuchar, más aún, tiene sed de oír las pequeñas historias de la gente, que es demasiado avara para compartirlas con Él.»
«Pueden sacrificar horas contando historias graciosas a sus amigos. Pero cuando se trata de Dios, sediento de oír semejantes historias, puede llegar a llorar por no haber quien se las quiera contar» (Aut. 601).
Van objeta que Él ya las conoce. ¿Por qué iba a ser necesario contárselas otra vez? Entonces, Teresita le explica que Dios nos ama tanto que no hay nada que le haga más feliz que recibir de sus hijos una palabra de amor brotada de su corazón. Para consolarle, Van no debe dudar en ofrecerle su corazón. Así, su corazón se convertirá en un nuevo paraíso en el que la Trinidad podrá encontrar a diario todas sus delicias.
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Dios tiene sed de oír las pequeñas historias de la gente
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Antes de despedirse de su querido hermanito, Teresita le repite todo su amor:
«Hermanito, trata de pensar lo que te digo, y lo entenderás. No hay ninguna exageración en mis palabras. Te amo, porque eres un alma que está alistada en mi legión de Amor. Dado que eres mi hermanito, mi único deseo es verte cumplir las obras que el Amor divino desea tan ardientemente de ti. Vamos, hermanito, escúchame. En adelante, no dejes de seguir mis consejos en tus relaciones con tu Padre celestial. Ya se ha hecho tarde. Permíteme que interrumpa nuestra conversación, pues ya es la hora de la comida; Tan y Hien te esperan, y Tan se impacienta. Te doy un beso… Tendremos aún muchas oportunidades de hablar los dos, y podremos hacerlo en cualquier lugar, sin temer que alguien lo sepa» (Aut. 604).
La conversación ha durado horas. Al finalizar, Van se siente “raro”, conmovido y perplejo a la vez: «como alguien que se despierta de un sueño, mitad inquieto y mitad feliz».
«Al decirme Teresita: Te doy un beso, sentí de inmediato algo parecido a una leve brisa que me rozó la cara, y me llenó de una alegría tan grande que por un instante perdí el conocimiento. De aquella alegría suave, aún me queda algo hoy, pero no sé exactamente con qué compararla» (Aut. 604-605).
Volviendo en sí, oye la voz de sus dos amigos. Abandona su roca, y vuelve a toda prisa hacia la casa. Tân y Híen le agobian a preguntas, pero Van guarda celosamente su secreto.
De ahora en adelante, Teresita visitará regularmente a su querido hermanito para enseñarle su “pequeño camino”. Son conversaciones muy familiares: «¡Van, es la hora! ¡Vete la cama!» «¡Deja de preocuparte!» «¡Abandónate en las manos de Dios!» «Es la hora de la comida, buen provecho» «No tires tan deprisa tus calcetines agujereados, pueden servir todavía».
¡Van está maravillado al ver lo bien que Teresita habla el Vietnamita!
Y al final de cada encuentro, el acostumbrado: «Hermanito, te doy un beso. ¡Adiós!»
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Tendremos muchas oportunidades de hablar los dos
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