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Apóstol escondido del Amor por la oración y el sacrificio
Es noviembre de 1942. Van tiene catorce años y medio. Teresita le comunica que debe renunciar a su deseo de ser sacerdote, pero al mismo tiempo le revela que su vocación será tener, como ella, una vida oculta en la que sea apóstol por la oración y el sacrificio:
«¡Hermanito, alégrate! Sé feliz de haber sido incluido entre los apóstoles del Amor ¡Están escondidos en el Corazón de Dios, y vienen a ser la fuerza vital de los apóstoles misioneros! ¡Oh, Van! ¿Habrá una felicidad mayor que esta?» (Aut. 651).
Van toma tan en serio el anuncio de esta nueva vocación que le pide a Jesús que le transforme en chica para que pueda hacerse monja carmelita como su hermanita Teresita, ¡y tener así una vida muy oculta! Petición cuya ingenuidad encanta al Corazón de Jesús.
Al mes siguiente, San Alfonso María de Ligorio se aparece a Van para darle a conocer la congregación en la que podrá llevar esta vida oculta: será hermano redentorista. A partir de este momento Teresita prepará a su «hermanito querido» para las pruebas que va a sufrir:
«Encontrarás espinas por el camino y el cielo ahora sereno se encapotará con nubes oscuras. Te lo advierto para que estés dispuesto a aceptar la prueba futura antes de tu entrada en religión… Derramarás lágrimas, perderás la alegría, y te verás como un hombre reducido a la desesperación […]. Pero Van, no tengas miedo. Durante esta tempestad, Jesús seguirá viviendo en la barca de tu alma» (Aut. 670-671).
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Encontrarás espinas por el camino, … pero no tengas miedo
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Las pruebas se van sucediendo
Y así fue. Las pruebas no van a dejar de caer sobre el adolescente: le expulsan de la casa parroquial de Quan Uyen, en donde vivía desde el cierre del Seminario Menor de Santa Teresita; le encuentran demasiado joven para entrar en el noviciado de los redentoristas; y cuando allí le admiten, es víctima de incesantes humillaciones.
Hay que reconocer que durante el noviciado en el convento de Hanói (1945-1946), va a beneficiarse de coloquios regulares con Jesús, María y su hermanita Teresita. Allí tendrá la alegría de hacer su profesión el 8 de septiembre de 1946, en la fiesta de la Natividad de la Virgen, ¡como Teresita!
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Ocho años de noche oscura, en una vida oculta
Pero a partir del día siguiente, todo se orienta bruscamente hacia «la belleza resplandeciente de la Cruz». Dios permite que su alma se halle hundida en la noche.
Una última vez, en este periodo, le habla Jesús:
«Niño mío, por amor a los hombres, ofrécete conmigo para que se salven. Tú parte, ahora, es sacrificar los momentos de tierna intimidad conmigo, para permitirme que vaya en busca de los pecadores…
Después, mi pequeño Van, tienes que saber que tendrás que sufrir por parte de tus superiores y de tus hermanos; pero estas pruebas serán el signo de que agradas a mi Corazón. Te mendigo todos estos sufrimientos para unirte conmigo en la obra de la santificación de los sacerdotes, para que según su vocación obren con celo para que reine el Amor en el corazón de los hombres» (Aut. 867).
¡Van ya lo sabe! Después de estas palabras, Van continúa:
«Jesús me dejó sólo en la noche».
Se queda tres años en Hanói; el 11 de febrero de 1950 le mandan a descansar en la casa de Saigón, y en febrero de 1952 se va a Dalat donde empieza el segundo noviciado. Allí hace sus votos solemnes el 8 de septiembre del mismo año y sigue allí dos años más, antes de volver a Hanói, según su petición, en septiembre de 1954.
¡Son ocho años de vida oscura, de vida oculta! Pasa mucho tiempo cosiendo una y mil veces los hábitos de sus hermanos, ¡que a menudo no aprecian su trabajo! De constitución débil, tiene cierta aprensión ante todo esfuerzo muscular. No obstante, no se deja dominar por el cansancio. “los días de lavado, relata el Padre Maestro, le vi varias veces con los ojos a punto de llorar, pero poniendo toda su buena voluntad en cumplir su labor, esforzándose por sonreír pese al cansancio.
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Jesús me dejo solo en la noche
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Vuelta a Vietnam del Norte para que haya alguien que ame a Jesús entre los comunistas, internamiento y muerte
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El 14 de septiembre de 1954 en la fiesta de la Santa Cruz, vuela desde Saigón para reunirse con la comunidad de Hanói. Jesús le ha hecho sentir que debe ayudar a sus hermanos del Vietnam del Norte a aguantar bajo el poder tiránico de Ho-Chi-Minh. Antes de su salida expresará la razón de su marcha:
«Voy para que haya alguien que ame a Dios entre los comunistas».
Detenido el 7 de mayo de 1955 por los agentes de la Seguridad, se encuentra solo, a los veintisiete años, en un calabozo sin luz. Cinco meses más tarde, se le traslada a la cárcel central de Hanói. Habiendo rehusado ante el tribunal reconocerse por dos veces culpable de haber hecho propaganda en favor del presidente del Vietnam del Sur, se le envía a un campo de reeducación. Allí encontrará bastante consuelo entre los centenares de católicos con los estará.
En agosto de 1957 se le traslada a otro campo, del que intentará una fuga para buscar la Eucaristía. Detenido de nuevo…
En junio de 1959 le sacan del calabozo, consumido por la tuberculosis y el beriberi[1]. Se halla en los huesos. Muere el 10 de julio en el rincón de una celda.
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La sonrisa en la prueba
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Las pruebas sucesivas no desorientan al pequeño Van. Durante todo el año de noviciado, le formaron Teresita, María, y el mismo Jesús en el arte a la vez difícil y maravilloso de cambiar las cruces en rosas.
«Bien sé, -dice a María-, que poseo un talento particular, que le encanta a Jesús. Consiste en recibir todas las cruces, y cuando las tenga ya en mi mano, en tirarlas al aire donde se cambian en rosas… Sé también que, desde siempre, a Jesús le gustan mucho las flores, y como ve que tengo el talento de cambiar las cruces en rosas, parece que se olvida incluso de mis penas y fatigas para mandarme continuamente cruces.
¡Oh Jesús!, Te consuela esto, y te alegra mucho, ¿verdad? Pues si me sacrifico, lo hago de todo corazón, para proporcionarte este gusto» (Col. 316).
Al día siguiente, vuelve a evocar esta gracia:
«Oh Madre mía, durante esta cuaresma, de nuevo he recibido una gracia semejante a la de la cuaresma del año pasado. Esta gracia, oh Madre, ¿es necesario que te la diga? Sé que ya la conoces; sin embargo, tengo que decírtela a pesar de todo para darte gusto. Esta gracia, oh Madre, consiste en aceptar el sufrimiento con alegría y con la firme esperanza de que un día, acabará, se disipará la tormenta, y se me concederá volver a ver el sol del amor […]. Me dio mi hermana Teresita el talento de cambiar las cruces en rosas para Jesús. Gracias a este talento, sabe Jesús que le amo mucho. Oh Madre, ¡qué esplendido!, ¿verdad?… Sacrificarse…, sacrificarse, esta es una palabra que he aprendido desde mi estancia en Quang Uyen. Esta palabra es quizás la más necesaria para mí, por eso me la enseñó mi hermana Teresita tan pronto. ¿Verdad?, ¿oh Madre? Por eso, cuando estoy a punto de olvidarme de ella, veo surgir desde alguna parte esta palabra “sacrificarse” que acude de nuevo a recordarme mi deber…» (Col. 318-319).
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Cambiar las cruces en rosas para Jesús
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Van se siente absolutamente incapaz de expresar con pobres palabras humanas lo profundo de su desconsuelo interior. ¡Qué importa! La misma Teresita experimentó esta incapacidad. Lo esencial es que María esté presente para comprenderle, ocultarle bajo su manto y ayudarle a sonreír a pesar de todo.
«Oh Madre, si miras ahora lo más recóndito de mi alma, verás que se encuentra, de verdad, en desolación. Y en este estado, ¿cómo podría expresarte la amargura de mi corazón? Sin embargo, creo realmente que conoces mis sentimientos, y más claramente quizá que yo mismo…» (Col. 313).
«Oh Madre, lo entiendes ya, ¿verdad? Y con que comprendas, me basta. No te pido que me hagas comprender, por temor a que me muera antes de recibir el último beso de Jesús… Pero, ¡oh verdadera Madre mía! ¿Cuáles son actualmente mis sentimientos? Incluso para ti, es difícil responder a esta pregunta. De hecho, no sé qué palabra humana podría expresar lo que siento ahora. No me queda más remedio que repetir las palabras de mi querida hermana: “Hay muchas clases de sufrimiento imposibles de describir en este mundo”. Qué verdad es esa, ¡oh Madre! El mundo es tan pobre en palabras que no sabe cuáles usar para hacer comprender a la gente lo que son las penas interiores. Sólo las almas que las vivieron son capaces de comprenderlo» (Col. 313-314).
«No, no es necesario que el mundo sepa lo que sufro; basta que tú misma lo sepas, ¡oh Madre mía, querida! En cuanto a mí, tampoco necesito saberlo, estás presente, oh Madre, y es a ti a quien te toca ocuparte de todo en lugar de tu hijo. Y yo, me contento con mirarte, refugiarme en tus brazos, ocultarme bajo tu manto.
¡Oh María! ¡Oh Madre querida! En este momento padezco un sufrimiento que, a mi parecer, es capaz de matarme. Pero al verte junto a mí, al verte a ti, Madre mía, mi muy querida y verdadera madre, puedo aún sonreír, y estar alegre» (Col. 314).
Tampoco debe extrañarse, el apóstol oculto del amor, de no comprender el misterio de la cruz. Un día, pide cándidamente:
«Pequeño Jesús, me hablas de sufrimiento en cualquier ocasión: no me gusta en absoluto. ¿Qué podré hacer para darte gusto si tener que sufrir?
-No hay mejor manera que esta, -le contesta Jesús-. Incluso cuando a ti no te guste, tienes que amarlo. De todos modos, para probarme tu amor, tienes que aceptar el sufrimiento» (Col. 520).
Dos días después, Jesús le dirá que no puede captar en absoluto el sufrimiento misterioso que vive el mismo Amor divino ante el sufrimiento de sus esposas (cfr. Col. 529).
Tampoco debe extrañarse de encontrarse muy débil ante el sufrimiento. El amor es el que permite aceptarlo y aguantarlo con alegría (cfr. Col. 529-530).
Teresita no cesa de formar a su hermanito querido en este arte que ella misma supo vivir tan bien: seguir sonriendo en medio de sus sufrimientos ¿No dijo acaso esto mismo a sor María de la Trinidad?:
«El rostro es el reflejo del alma: debe estar siempre tranquilo y sereno como el de un niño siempre contento. Aun incluso cuando estés sola, ya que continuamente te están contemplando Dios y los ángeles».
Y un día en que conversaba con ella de la felicidad de los mártires, y de una posible nueva persecución que podría azotar en Francia a las comunidades religiosas, le confiaba:
«Yo, por mi parte, me ejercito en sufrir con alegría. Por ejemplo, al tomar la disciplina, me imagino estar bajo los golpes de los verdugos confesando la fe. Cuanto más daño me hago, más alegre pongo el semblante. Lo mismo hago ante cualquier otro dolor corporal: en lugar de dejar que mi rostro se contraiga por el dolor, sonrío» (Procesos de beatificación y canonización, declaración de Sor María de la Trinidad y de la Santa Faz, sobre la fortaleza de Teresita).
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Es el mismo mensaje que entrega a Van. El 10 de abril de 1946 – en plena Cuaresma-, recuerda Jesús a Van lo que no cesa Teresita de enseñarle:
«Por más sacrificios que hagas, si no estás alegre, no tengo ninguna gana de aceptarlos. […] Vamos, pequeño Marcelo, eres mi hermanito, es necesario que sepas estar alegre, de lo contrario será imposible para ti llegar a ser el apóstol de los niños. Es necesario que se pueda decir de tu vida que es una vida alegre. Tengo un carácter muy exigente: solo me gusta jugar con los hermanitos y las hermanitas que están alegres. En cuanto a los que están tristes, no disfruto de ninguna alegría con ellos, como ya te lo he dicho» (Col. 415).
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Van ocultará su tristeza para complacer a Jesús
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Ocultar su tristeza
Al ocultar así su tristeza, Van engañará a su entorno. Se imaginarán que siempre se encuentra lleno de felicidad. Es lo que el apunta en su diario íntimo en un anochecer de tristeza en Saigón:
«Vivo al lado de gente que no me conoce. Al verme bromear alegremente todo el día, me toman por un hombre despreocupado. Ellos no ven el fondo de mi corazón rodeado de tristeza y desgarrado por tantas heridas secretas que debo ocultar tras una sonrisa. ¡Oh Dios mío, Padre lleno de ternura!, eres el único que me conoce, el único que puede juzgarme, a mí, tu pequeño. Me es imposible dar a conocer a nadie los días de tristeza que vivo ahora» (Lib. 1, 35).
Había dicho Teresita algo semejante el 30 de julio de 1897, antes de recibir la Extremaunción. Señalando, en su mesilla de noche, un vaso con una medicina muy amarga, pero que parecía un delicioso licor de grosellas, decía:
«Ese vasito es la imagen de mi vida […]. ¡Esto es lo que los ojos de las criaturas han visto! Les ha parecido siempre que bebía licores exquisitos, y era amargura. Digo amargura, ¡pero no! Porque mi vida no ha sido amarga: he sabido convertir en alegría y en paz toda amargura» (Cuaderno Amarillo, 30.7.9).
Quizá recordara Van aquel episodio de la vida de Teresita, cuando, el 28 de abril de 1946, muestra la medicina que debe tomar para curar la ronquera de su garganta:
«Aparentemente, se diría que es una botella
de vino. La prueba de ello es que ayer Jesús barbudo (el Padre Boucher, su
padre espiritual), ha enseñado esta medicina a los otros hermanos religiosos, y
han dicho todos a una que debía tener un sabor muy agradable […]. Pero, al tragarla, uno se da cuenta de que
no lo es. Si lo tomo, sólo es por amor a ti, Jesús» (Col. 551).
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Para profundizar:
Mi alma es madre, Padre Jules Mimeault, Amis de Van Éditions
El misterio del sufrimiento en Van, Padre Olivier de Roulhac, O.S.B., Amis de Van Éditions
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[1] El beriberi abarca un conjunto de enfermedades causadas principalmente por la deficiencia de vitamina B1 (tiamina) cuyo nombre proviene del cingalés beri que significa «no puedo», destacando con dicho término la fatiga intensa y la lentitud que muestran los enfermos afectados por estas deficiencias. La enfermedad afecta principalmente los sistemas nervioso y cardiovascular.
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